Reportajes

LA MEMORIA DEL TIEMPO

LA MEMORIA DEL TIEMPO

El Nacional

SANTIAGO.- Sería injusto decidir que no había en aquellos días lentos y tensos por momentos más solidaridad y cierta calidad humana.

Calidad humana que hoy se resiste a la prueba del momento.

Tanto ha llovido desde esos días primordiales que hasta las palabras amanecen inundadas.

Las veladas líricas de Tomás Morel en el patio del museo folclórico, el pantalón mahoma, el sombrero de pajita, los zapatos calzapollos y las botas  guaimama resultan en ese espejo retrovisor que es la memoria del tiempo en la sustancia detenida y pausada de la aldea.

La más sofisticada pertenece al juicio que entonces correspondió a lo que se llamó oportunamente la gente del centro.

Eran los “blanquitos” que copaban la vida social, los tragos selectos, la fiesta más elegante y las aún más bellas mujeres de la “alta.”

Ninguna de estas convenciones evitaba que de tiempo en tiempo los más osados abandonaran su olimpo y se bajaran al barrio tradicional a disfrutar una que otra experiencia prohibida “a los de su clase y posición” exclusiva y elevada, formada en los mejores colegios.

La sociedad pretendidamente victoriana, asentada en la llamada tradiciones, estaba innegablemente menos pero mucho menos contaminada del maremágnum de estos días en los que casi todo es praxis de ruptura, inconvencional y hasta desorbitada.

La nostalgia no detiene al tiempo ni con ella se recobra nada, salvo la ilusión de devolver en síntesis, en abstracto y en imágenes lo que no puede ser devuelto de otra forma.

La dinámica de los pueblos es lo cambiante aunque no cambien de traje ni de “tradiciones.” que también sufren transformación y transliteración.

Los invitados de Tomás solían ser, esa gente extraña y como tachonada de extravagancias, los poetas  que, como él, desafiaban la racionalidad del mundo y sus programas destinados a echar al océano de la vida las conquistas del sueño.

   Más y más factores

El jalao de a dos cheles, la masita de a uno, el jengibre tan estupendo, la mambá hoy son páginas escondidas a la realidad del pueblo que se ha dejado crecer mas no necesariamente desarrollarse que es otro instrumento del tiempo.

El barrio transpiraba si no inocencia, cierta ingenuidad de tígueres contentos.

De pronto, una fecha calendaria que podía ser la Navidad o el tiempo de carnaval estremecía al pueblo.

Lo exiliaba del tedio, lo condenaba a tomar la calle de en medio.

Ese sopor de carretas resuspendía en su devenir y en su ruido para dar paso a lo cíclico.

La ciclicidad forma parte de una relación causa-efecto.

La gente se disfraza para cubrir sentimientos que van de lo confuso al morbo. Los recuerdos son apreciados por la gente porque ofrecen la idea de lo irrecuperable.

Una idea del pensador olvidado pero que destapó bastantes verdades, Carlos Marx, advierte que la historia suele repetirse con una y otra cara, la de la comedia y la de la tragedia.

Santiago ha sido trágico justo desde los días de su fundación como cara y pobre aldea de unas cuantas casas de paja.

Es una ciudad telúrica con una sociedad que va de innovadora a conservadora.

Se sostiene en un crecimiento que debe mucho a la fertilidad de su suelo y a la vocación trabajadora de su gente, que suele madrugar como costumbre netamente campesina.

Había  como ahora entre los haitianos sin clase media, dos sociedades, los que tenían las mejores posibilidades de formación y educación y el arrabal en cuyo seno hacerse, por ejemplo, bachiller, ya era un logro excepcional.

Las sociedades que son tan seres vivos como quienes las habitan, crecen, se desarrollan y si no mueren al menos se apagan a veces para siempre.

A esta le ha correspondido crecer con cierta anarquía y ciertos fundamentos inestables.

Pero le aguarda el futuro que pese a sus incertidumbres, viene.

El Nacional

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