Opinión

La muerte del ruiseñor

La muerte del ruiseñor

Namphi Rodríguez

La muerte de Rafael Molina Morillo cierra un ciclo de la vida dominicana. El legendario Director de El Día era el último patriarca del periodismo nacional, por lo que con su deceso termina la larga legión de cronistas que narraron nuestra cotidianidad por más de medio siglo y que estuvo compuesta por Rafael Herrera Cabral, Francisco Comarazamy, Germán Emilio Ornes, Mario Alvarez Dugan y Radhamés Gómez Pepín.

Pese a mi juventud, tuve el privilegio de compartir pláticas, experiencias e inquietudes intelectuales con algunos de ellos. Pero, fue Rafael Molina Morillo (El Doctor) con quien más me compenetré.

Lo conocí a finales del siglo pasado, era un hombre de personalidad escuálida y silenciosa, con una prudencia proverbial y una discreción bíblica. Había llegado al Listín Diario, donde yo trabajaba en la sección de información internacional e inmediatamente hicimos química.

Al percatarse de mis desvelos por la situación del mundo, me dijo una tarde “por qué tú no escribe un análisis sobre la terrible situación que se está viviendo en Bosnia con la guerra yugoslava”. Atendí inmediatamente su requerimiento y para sorpresa mía al siguiente día encontré mi artículo en primera plana del periódico con un título rimbombante que decía algo así: “un análisis para entender lo que pasa en la ex Yugoslavia”. Desde entonces, sus afanosos días de director del periódico se detenían en mi escritorio para hablar sobre la situación internacional del mundo y una que otra trivialidad local.

Era inquisidor y profesaba una inteligencia ingeniosa. Sus órdenes se transmitían a través de preguntas simples que envolvían una complejidad peculiar en un mundo sin Internet y en el que las noticias extranjeras llegaban por teletipos.
Sin embargo, la enorme admiración que sentía por aquel hombre de voz apacible me hacía esforzarme para satisfacer sus inquietudes.

Después salí del periódico para concluir mis estudios de Derecho y cuando me lo volví a encontrar presidía una comisión de reforma de las leyes del sector comunicación que había sido nombrada por decreto presidencial y que integraban una pléyade de juristas y periodistas, entre quienes se destacaban Miguel A. Prestol, JottinCury hijo, Rafael NuñezGrassals….y, por una extraña solicitud del presidente Leonel Fernández, yo.
Un par de años después, el trabajo de la comisión terminó y lo entregamos al presidente Fernández. Entonces, el Doctor Molina me pidió que continuáramos juntos haciendo cosas. Así emprendimos “causas y azares”. Siempre me pedía hacer los razonamientos legales, porque pese a su condición de abogado, solía decir que él sólo era periodista.

Creo que a mí me pasó lo que a muchos dominicanos, creímos que el Doctor Molina era eterno, que el ruiseñor de los Buenos Días no dejaría de cantar.

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