Opinión

La otra cuota

La otra cuota

Madre de tres niños cuyo padre, además de abandonarla, elude su responsabilidad en el sustento de sus hijos. No es necesario abundar sobre el daño emocional que causa a sus descendientes, inmoral e injustificadamente despojados, por su propio progenitor, del referente masculino.

 La crisis económica ha empeorado su situación dramática. Desaparecieron los trabajitos que realizaba, como arquitecta, fuera del horario de su empleo, con los cuales, podía cubrir el cada vez más elevado presupuesto familiar.

Se esmera en cumplir a cabalidad sus obligaciones laborales, porque su ingreso fijo representa para ella y sus vástagos un asunto de subsistencia elemental. No se imagina qué sería de su familia uniparental si, de pronto, se viera sin la relativa seguridad que le proporcionan esos recursos.

Por eso entró en pánico la mañana en que se le informó que debía presentarse al departamento de recursos humanos de la entidad pública en cuya nómina figura desde hace tantos años y en la cual se desempeña como técnica, sin vinculación con los partidos que la han manejado como un comité de base. Pensó lo peor, y en ese instante les pasaban por su mente atormentada los compromisos económicos a punto de vencerse. Se resistía a la idea. No podía ser.

Cuando la hicieron pasar, estaba temblando. Clavó sus ojos, como flechas, en los de la encargada de la oficina, pretendiendo transmitirle su ruego de que no expusiera su trabajo porque no garantizaba su reacción. “La hemos llamado para que firme esta comunicación”, fue la bienvenida abrupta. La tomó y leyó de forma atropellada.

Su intimidad se rebelaba por el descuento de un 3% de su sueldo para depositar en la cuenta de un partido al que no pertenece, además, se trata, pensó, de un tema que debe ser manejado por sus miembros a lo interno de esa entidad política. Una dosis de prudencia, no obstante, le bajó del cielo y, con todo el encono martillándole el alma, estampó su firma, conteniendo las lágrimas al vislumbrar las dificultades para mantener sus hijos. Al salir, vio la fila de empleados que, al igual que ella, habían sido convocados.

Al día siguiente encontró en la prensa el escándalo hecho noticia. Miles de trabajadores públicos compelidos a cotizar al partido de gobierno. Como en los peores tiempos de la tiranía mayor y en la que le continuó, presidida por el antiguo cortesano talentoso y taimado, provisto ya, a fuerza de esa astucia y malicia, de su propia claque que lo embriagaba de poder, a cambio de explotar, sin piedad, las míseras arcas del patrimonio nacional.

Lo que la dejó perpleja, en cambio, no fue la reiteración de la práctica ilegal y abusiva, ni la utilización de un banco estatal como recaudador político. Lo que no podía creer era la reencarnación de los mismos alabarderos del pasado, haciendo idénticas acrobacias teóricas para  justificar lo imposible. Pena que no pueda, se lamentó, estrujarles en las pupilas sus argumentos contundentes esgrimidos cuando se oponían a lo que hoy defienden con desparpajo.

Pensó que su cuota no era la más onerosa. Se limitaba a unos pesos que, por más falta que le hicieran, significaban mucho menos que la otra, la cuota de la vergüenza de desdecirse, de quedar señalados, con un hechizo irreversible, como seres incoherentes, taumaturgos de la palabra, a quienes nadie que se respete respeta. Quedó más tranquila. Al suscribir la carta, actuó contra su convicción. Pero lo hizo por necesidad. Estos, en cambio, lo asumían por cobardes.

yermenosanchez@codetel.net.do

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