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La  poesía  del Haiku

La  poesía  del Haiku

 Es un estilo que busca describir los fenómenos naturales, el cambio de las estaciones, o la vida cotidiana de la gente. Muy influido por la filosofía y la estética del zen, consiste en un poema breve de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas.

Como uno lo siente, el Haiku, de grata raigambre oriental y cuyo rumor final es nada, (cuando nada, menos que vacío u horror abismal, es desarraigo del perenne dolor de ser), se dirige a todas las posibilidades oníricas de la contemplación.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

De ahí que esa experiencia lírica esté despojada del común adorno adjetivacional Occidental y se explaye en la  aparente simplicidad del decurso de los procesos naturales.

Todo ahí se traduce en la palabra pureza y se decanta en  claridad, sin pretensiones. Haiku es poética de la naturaleza, acuarela sublimal, perplejidad de un cosmos que va naciendo con el nacer.

El verso debería dar a entender que él ha buscado e su hacedor, no a la inversa.

Y van renaciendo en él el  rosado del ciruelo, sus pájaros callados, la luminiscencia de la luciérnaga, la neblina enamorada.

Nada es nuevo, sólo cambia felizmente la percepción del contemplador.

Todo lo que parece cambiar sólo ejerce mudanza y en alguna medida, distracción. En el haiku, la lluvia seguirá siendo lluvia.

Y somos lluvia con ella, somos mariposa, océano, fuente, hoja del otoño que  va sucediendo en el discurrir, en la sucesión de efectos y causas.

Es ese rigor que no hiere, río que no se ahoga en el  fluir, memoria de una memoria.

Es contemplarse en la contemplación.

Es el retemblor de un espacio sin horizonte definitivo. Toda poesía es un hecho espiritual. En la poesía oriental no hay relevancia argumental.

No hay conceptualizaciones esmeradas, no hay esfuerzo intelectual pronunciado.

El lenguaje poblado de metáforas ejerce luz y sombra.

Aquél que nombra la vida tal como es, deviene en completa y sonora claridad, en música del alma.

La montaña es y seguirá siendo montaña, la palma mantendrá su vertical uniformidad.

Lo que siente un niño cuando mira un objeto en su delicada transparencia, es poesía  oriental.

Todo lo que es infancia es al unísono, poesía, estado de contemplación, cosmos  naciente, primordial.

Todo lo que se mira desde dentro del objeto como experiencia intuitiva, es síntesis del universo espiritual.

El ser oriental está impregnado de la vitalidad natural, de su originalidad e imparcialidad.

El Haiku se decanta por esa experiencia y construye con sus elementos los universales, las verdades, el sentir, los hallazgos necesarios, los inefables.

 Dada la inaccesibilidad de las esencias, la única posibilidad de crear que tiene el creador de poesía es recurrir a esos breves (y gloriosos, si es el caso) trazados de luz que intentan traducir su presencia.

El Haiku es inequívoca unción en y con la naturaleza.

Expresa, en un trazado brevísimo, en un lenguaje libre y liso, sólo lo esencial.

Es vicario de ella, relampaguea en la brevedad, con aciertos desconciertos y sus huellas.

En su breve  y profusa geografía se concentra un instante del ser, una valoración de lo eterno, detenida, limitada en la palabra.

Es el deslumbramiento, no trata de deslumbrar, se hace partícipe inmediato del proceso, lo revive  y lo reordena en su vasta originalidad.

En su estructura física, es un poema breve, en general de diecisiete sílabas en tres versos de siete y cinco sílabas, que no responden exactamente a un canon “sagrado”. y no son inviolables, como demostrara Basho, maestro indudable del género.

Esa gran concentración polisémica, que parte de un ideograma o kanji, favorece enunciaciones efectivas, ideales en la búsqueda de la totalidad, del absoluto esencial.

Algunas muestras

Pega el viento

Y en el sauce

La mariposa

Cambia de asiento.

(Basho)

 

¿Es una flor caída,

la que vuelve a su rama?

¡Es una mariposa!

(Monitake)

 

Un templo en la montaña

Y nadie rezando

Ante el escaparate

Del nirvana

(Chora).

El Nacional

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