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La poesía dominicana actual

La poesía dominicana actual

Homero Pumarol: entre lo sórdido
y lo alicorado

 

(4 de 8)

La impronta estética del poeta Homero Pumarol, él la estableció desde sus inicios. La publicación del texto Cuartel Babilonia lo dejó bien claro, difuminó de inmediato las tinieblas poéticas, el camino por el que transitaría.
Una poesía vecina, cercana, del mismo aliento de la de su compañero Frank Báez. Una poesía escrita bajo la sombrilla de la ciudad y todas sus sordideces. El urbanismo como estandarte y como centro de los desgraciados protagonistas.
De ahí el franco consorcio con Báez, junto a quien fundó la banda “El Hombrecito”. La poesía de ellos vendría envuelta en música, recitada-hablada, amparada en una banda que les llevaría a un público mayor, aun cuando no menos exigente. El reto, valiente, rompía la distancia tradicional y el silencio que existe entre el lector y el autor del poema. Cosa novedosa, hay que decir, en esta media isla.
Esta acción bellamente truhanesca no recuerdo que tenga precedentes en el país, donde los poetas están acostumbrados a espacios pequeños y cálidos, a espacios tradicionales.
Es la poesía de Pumarol una que apela al habla coloquial y que introduce sus ordinarios y procaces matices, que revela una parte testimonial muy latente del vate. El mismo hecho de que se haya atrevido a decirla con una banda de música de fondo revela muy claramente el concepto que quiere expresar a través de sus textos. Pumarol tiene momentos felices en que se le suelta a la chatura, en que el lenguaje alcanza una zona metafísica interesante, una zona que enriquece el texto.
Distanciado de los poetas de los años 80, muchos de los cuales se quedaron en lo verbal o la cáscara, Pumarol canta lo que ve, hace descripciones de ambientes citadinos, se acerca con el lente fotográfico-poético a los personajes que deambulan o desviven en una ciudad que da pasos agigantados hacia un abismo. La suya es una poesía de calco escritural y descriptivo de lo que ocurre.
La introducción del pancracista Jack Veneno tiene un elemento, un tono épico. Con el de fondo, con él en el frente, Pumarol va más allá del campeón de República Dominicana, y se mete en el submundo y en el desconcierto que crea todo su deceso. Ha muerto Jack Veneno. Pero lo que el poeta Pumarol decreta con esta muerte, es el fallecimiento de una tranquilidad y el despertar a una violenta realidad que se lo lleva todo y que crea una singular geografía.
El poema tiene sus libertades. Es así como de un momento a otro rompe con una lógica de la historia cuando por ejemplo, da paso al personaje Relámpago Hernández, ese fabuloso genio del mal, ese que a juzgar por la descripción que hace de él Pumarol en el poema, tiene la misma riqueza y atractivo que el de Jack Veneno, su antítesis, su archirrival por antonomasia.
El policía, el narcotraficante, el pobre-diablo, el poeta marihuanero, el asaltante, el hombre que ha perdido el norte, tienen espacio y cancha en los poemas de Pumarol, cuya biografía se viste también de imprevistos, de oscuras sorpresas y de impactos que soliviantan las almas.
Alicorado, accidentado, (el poeta Pumarol sufrió un accidente que lo tuvo al borde de la muerte), enfrentado con el mundo de los seres marginados y de otros que se auto-marginan por el beneficio espiritual poético que ello significa, Pumarol ha hecho la biografía de otros mientras secretamente y entre líneas va edificando la de él, no menos zigzagueante, dolorosa e interesante.
Proveniente de la capa social de clase media alta, Pumarol, ve la vida, siente sus estertores, de un modo muy distinto que al de sus predecesores de los años 80. No es sordo ante lo sórdido de la ciudad. No es ciego ante la ceguera política de un Estado que contribuye al caos, y su poesía surge de esa altisonante podredumbre que cada día como perfume recorre toda la ciudad. (Aunque no haya sembrada bandera ideológica en su discurso).
El ciudadano no es escuchado y se mueve en geografías oscuras. Pumarol lo sabe:
Y bajo todas las luces apagadas
De este barrio de mierda,
De esta ciudad de mierda,
A él le basta con los ojos
Y con la sonrisa que le parte la cara.
La poesía de Pumarol tiene sus momentos altos. Aquí un ejemplo:
Un lugar definitivamente en la noche,
Donde me muevo como una mecedora
Cuando en la casa no hay nadie.
A Homero Pumarol se le puede imaginar caminar con sus personajes alienados, rechazados, fundado una mímesis gloriosa con ellos.
Como toda poesía coloquial, la poesía de Pumarol enfrenta una limitación y a la vez una grandeza. La limitación es que puede caer en una facilidad verbal que puede entramparse en convertirse en un objeto desechable, en un objeto que brilla por un instante y que luego coge óxido. La grandeza es que la salva, por el momento, cierta sinceridad, una fuerza salvaje.
El autor es escritor y periodista.

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