Reportajes

La Revolución de Abril de 1965 y los pecados compartidos

La Revolución  de Abril de 1965 y los pecados compartidos

Ahora, cuando todos se declaran héroes, especialmente por las redes sociales, no quiero decir esto: “Tomé la fortaleza Ozama”, “Yo era el jefe del Cucaracha 20 cuando la Operación Limpieza”, “Fui de los que atrapó, en San Carlos y con una pistola de juguete, a los tres americanos”.

Además, porque siento que esos días de ayer reclaman un lugar en mi cabeza. Y debo liberarlos. Digo, entonces, que hubo momentos de vacilación. De vergüenza. De duda. Yo no fui un héroe. Pero vi a muchos correr junto conmigo.

Comenzando el mismo 24 de abril, cuando Peña Gómez pidió, por Radio Comercial: “Salgan a las calles: el Triunvirato ha caído”.

Y, junto a César Pérez Núñez y otros salimos de la 21 con Tunti Cáceres, hacia Radio Santo Domingo. Y fui con César hasta la cabeza del puente, donde las masas, con palos, piedras y bombitas molotov esperaron: “¡Que se vaya Donald Reid”! Hasta que aparecieron los aviones, disparando.

Fue allí, por primera vez, cuando salí huyendo con el gentío hasta llegar a la José Martí con Teniente Amado García, donde emergió un tanque que nos paralizó. Disparó hacia el sur y, cuando fuimos a ver, tres policías habían sido impactados en el yip.

Uno de ellos, todavía vivo, giraba rítmicamente su cabeza, perforada por la ametralladora 50.
Esto está fuera de control, me dije, estremecido. Y tomé un concho para la San Martín. Al llegar a la esquina 23, frente a la ferretería Americana, entré al banco de sangre y doné, sintiendo que con eso disimulaba mi huida vergonzosa.

Después, participé con César durante varios días en diferentes momentos de la guerra. Hasta que llegó la “Operación Limpieza”, cuando escapamos al ensanche Ozama, que era un remanso de paz.

Estuve allí hasta que vi, junto a un amigo apodado Chanchi, cómo los yanquis, viendo que el 14 de junio se había producido la concentración más grande “que ojos humanos hayan visto”, decidieron bombardear la zona constitucionalista los días 15 y 16, “para ablandar a los rebeldes”.

Entonces, Chanchi y yo partimos la noche en dos y, en plena madrugada del 17 de junio, dejamos un papel en nuestras casas, explicando el porqué de la escapada. Al llegar a la entrada de la Duarte con Caracas, controlada por los yanquis, como éramos dos “carajitos”, nos dejaron pasar.

Así, llegué al comando del “Machete verde”, el PRSC original (que no debe confundirse con una “cosa” que usa hoy esas iniciales).

Estuve en el techo del partido, arriba de la farmacia, en la Palo Hincado con Mercedes y comencé a hacer “yuca” en el techo. Al lado, estaba el comando “El Lobo”, cuyos combatientes, extrañamente, no permitían que nadie se les acercara.

Hasta que supe que debajo del edificio estaba el restaurante “Mario”, cerrado. Los de “El Lobo” habían hecho un hoyo en el techo, desde donde bajaban a degustar los mejores vinos y quesos franceses, el más auténtico jamón serrano y otras fruslerías con aroma burgués.

Habiendo el “1J4” montado la escuela “24 de Abril” en el parque Eugenio María de Hostos, los socialcristianos decidieron apoyar el surgimiento de la “Escuela de comandos de hombres rana”, bajo la dirección de Montes Arache, que funcionaría en el antiguo local del Partido Dominicano (actualmente sede del Ministerio de Cultura).
Llegué allí junto a Ramón Hernández, Rafael Isenia, Juanito Fernández y otros, incluidos varios haitianos. Había más de cien hombres.

Y, prácticamente al lado de nosotros, donde luego se instaló el cine “Triple”, estaban los militares paraguayos, que habían llegado a este pacto con los constitucionalistas: “No nos disparen y no dispararemos”. Allí fue donde me tocó pronunciar mi primer panegírico, sobre uno de los compañeros, que no había muerto en combate, sino en el cambio de guardia en el mismo comando.

También allí inventé una escuela para alfabetizar a algunos combatientes, así como repasar las clases de séptimo y octavo, con la colaboración de Tommy Peña, Giovanni Brito, Leopoldo Cross y otros.

La comida era mala, predominando el bacalao con plátano. La avena, en la mañana, se llenaba de moscas. Los tiroteos nocturnos eran habituales, como canciones mudas. Después del desayuno venían las clases, impartidas generalmente por guardiamarinas.

Y, entonces vino otro momento en el que no me comporté como un héroe. Como yo tenía muchas dificultades para comer, un día al concluir la marcha y en medio de los ejercicios, caí estrepitosamente al suelo.

Escuálido. Amarillo. Famélico.
–Llévenlo al dispensario–
¡Habían instalado uno!
Al llegar, me atiende un médico muy joven.
–¿Qué tienes?
–Eso es lo que quiero saber. Usted es el médico.
Me toma el pulso, me hace sacar la lengua, me toca la oreja, el estómago, la espalda y, finalmente, escribe algo en un papel.
–Lleva esto al almacén. Esa es tu medicina.
Cuando entrego la receta, el caballero lee su contenido: “Dos panes y una lata de sardinas”.
Me dan eso. Me lo como. ¡Y me sentí como nuevo!
“Ese médico es excelente”, me dije.
Se llamaba Eddy Ramírez Hirujo. Y no era médico, sino un avivato que, en la revolución, además de apoyarla, quiso asegurarse de comer bien y figurear. Luego sería bombero, luchador, piloto, locutor, actor y, sobre todo, uno de mis grandes amigos.
Creo, finalmente, que cuando los pecados son grandes, es mejor compartirlos. Aunque no quise, por falta de espacio, referirme a la estampida que se produjo en el parque Eugenio María de Hostos cuando, mientras el “Frente de Artistas y Escritores” daba una función, a un lenguaraz se le ocurrió gritar:
–¡Se metieron los americanos!
Ni mucho menos, cuando muchos comandos fueron a protestar frente al Altar de la Patria, exigiendo que le dieran “el dinero donado por los hermanos Guerra”, con el que “se debería pagar a cada combatiente, por cada día de lucha”.
Y aquel que quiera desmentirme, hablará de más. Y será como Eulalio González, “El Piporro”:
https://www.youtube.com/watch?v=jfseH7q4gTg
Porque yo sí que puedo hablar con fuerza sobre esos episodios.
Yo estaba allí.

El Nacional

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