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La vida del artista criollo

La vida  del artista criollo

Cuando desde los días de la infancia mi padre notó mi afición por la lectura de obras literarias, me dijo en tono de broma:

-Veo tu futuro en medio de recitaciones poéticas, bebedera de romo, y carencia de dinero.

En esos años finales de la década del cuarenta e inicios de la del cincuenta, gran parte de los escritores, especialmente los poetas, llevaban una vida bohemia.

De cuando en cuando aparecía por las calles de mi barrio San Miguel el poeta Juan Sánchez Lamouth, de apariencia descuidada, vendiendo alguno de sus libros de versos, y haciendo llegar a las narices de sus interlocutores ocasionales su aliento impregnado de efluvios romiles.

El artista era la viva estampa de la pobreza, y en una ocasión le escuché intentando convencer inútilmente a un pulpero de que le comprara una de sus obras.

Al salir del negocio, situado frente al parque de la barriada, se acercó a un grupo de muchachos que charlábamos en uno de los bancos, y nos dijo que lo más ajeno a la poesía era un vendedor de arroz, azúcar prieta y petisalé.

Pero no solamente algunos de los cultores de la versificación, el cuento o la novela, sufrían el martirologio cotidiano de la estrechez económica, sino también pintores, escultores, músicos, cantantes y bailarines.

Un amigo pintor, cuyo nombre omitiré para no herir su orgullo profesional, ha logrado subsistir, o más bien sobrevivir, del ejercicio de su arte.

Da gusto escucharlo describir parte del contenido de sus obras, aún a aquellos que no poseen siquiera los conocimientos elementales sobre el arte pctórico.

Pero a diferencia de los que ocurre con los poetas en el mundo de hoy, varios pintores han conseguido una existencia holgada exclusivamente con las ventas de las exposiciones colectivas o individuales.

Afortunadamente los músicos del género popular obtienen en el mundo de hoy jugosas ganancias de sus presentaciones en conjuntos y orquestas.

Lo señalo porque hace varias décadas el popular humorista que actuaba con el nombre artístico de Paco Escribano afirmaba que aquí los músicos amenizan y amanecen, pero a la hora de cobrar los amenazan.

Sin embargo, debo aclarar que los intérpretes sinfónicos no gozan hoy de la popularidad ni de los jugosos ingresos de sus colegas del género popular, aunque en los últimos años sus salarios han sido mejorados sustancialmente.

Una amiga que en el año 1950 estudiaba en la academia de ballet dirigida por la húngara Magda Corbett. Albergaba sueños de alcanzar fama internacional danzando.

Sus padres se alarmaron, porque le habían facilitado la inscripción en el centro artístico sólo para que lograra una buena figura, y estableciera relaciones de amistad las condiscípulas de familia adinerada, o de apellidos con sonoridad de alta sociedad.

La sacaron de la academia, y la colocaron en la empresa importadora de productos farmacéuticos de su progenitor, y mientras tanto sembraron una frase en su mente que todavía repite con frecuencia, y que condicionó su vida: papeleta mató a menú.

Hoy es una exitosa empresaria, que sin embargo manifiesta que cambiaría gustosamente sus millones, por brillar en los escenarios de los teatros famosos combinando la música con pasos de artística belleza.

Los que estamos inmersos en el ejercicio del periodismo y la literatura, y hemos sufrido la agonía del párrafo que debemos mejorar, a veces pensamos que hubiera sido más llevadera una existencia de pequeño comerciante.

Aún sin la riqueza de los empresarios exitosos o los peloteros de grandes ligas, o la estabilidad económica de los pequeños burgueses, mis amigos artistas y yo somos felices.

Porque como hace siglos escribió Confucio, “el que trabaja en lo que le gusta, no trabajará un solo día.

El Nacional

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