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Las vocaciones hacia los oficios

Las vocaciones hacia los oficios

Recuerdo que cuando era niño, me identificaba con los oficios de los protagonistas de gran valor y buenos sentimientos de las películas que veía.

Cuando en los dramas de vaqueros del lejano oeste alguno se destacaba por los fuertes puñetazos que aplicaba a los bandoleros ladrones de ganado, mis sueños me trasladaban a las praderas norteamericanas persiguiendo cuatreros con mi revólver blanco en el cinto.

No es necesario decir que al salir de las películas románticas imitara al apuesto galán que conquistaba a la bella muchacha, aunque los espejos de casa no reflejaran frente a mí una figura gallarda.

Pero a mi vez era en ocasiones el detective que aclaraba un caso criminal bastante complicado, apelando a su sagacidad y a su capacidad investigativa.

Con el paso de los años, metido en la adolescencia, comencé a admirar de manera apasionada a las representantes del bello sexo, fijándome en las actividades propiamente masculinas que las atraían.

Por ejemplo comprobé que los pilotos militares, con sus hermosos uniformes, y la fama de valientes que adquirían los convertían en los reyes bailables de las fiestas a las cuales asistían.

Recuerdo la fiestecita de cumpleaños de una bella muchacha en su amplio hogar, en la cual tres jóvenes de mi barrio San Miguel nos fletamos con igual número de doncellas.

Nos encontrábamos danzando con rostros adheridos y manos entrelazadas con ellas, cuando repentinamente entraron a la casa cuatro cadetes de la entonces Aviación Militar Dominicana.

Recuerdo con precisión, pese a los años transcurridos, el reperpero de voces y admirativos suspiros que brotaron de las damitas presentes.

Pero la admiración no se quedó ahí, sino que pasó a que se desembarazaran de sus parejos civiles, incluyendo a los migueletes entre los que me encontraba.

También a situarse lo más cerca posible de los recién llegados, mientras les lanzaba miradas incendiarias.
Por un momento llegué a pensar que si los futuros segundos tenientes pilotos no sacaban cada uno a bailar a alguna, ellas se encargarían de invitarlos al abrazo legalizado.

Lo más lamentable fue que una vez enllavado el cuarteto de aviadores, las relegadas se situaron en el patio cariacontecidas, en un típico gesto colectivo de amargue.
Aquel acontecimiento influyó para que los tres moradores de mi querida barriada tomáramos la decisión de ingresar a la institución militar, dando los pasos correspondientes sin lograr a la larga nuestro propósito.

Poco después se inauguró una escuela de marinería mercante, y un grupo más numeroso de jovenzuelos del barrio nos inscribimos, con la esperanza de llevar una vida aventurera enfrentando los océanos, y de acuerdo a la leyenda, teniendo un amor en cada puerto.

Desafortundamente, varios de los alumnos aprovecharon una lección de navegación en una goleta y se marcharon hacia el extranjero, para escapar de la atmósfera represiva y sangrienta del trujillato, y la escuela fue clausurada.

Cuando cursaba el bachillerato, y debido a mi afición por la literatura, consideré que la profesión liberal más afín a ella de las que se impartían en la universidad entonces, era el Derecho.

Pero mientras la estudiaba me topé con la locución y el periodismo radiales, y en el cuarto año de una carrera universitaria de cinco, la abandoné para dedicarme a mi real vocación, que es la comunicación social en sus diferentes vertientes.

Y en ella estoy a mis ochenta y un años, muy orondo y satisfecho, porque he tenido la suerte de la que han carecido otros, que es la de trabajar en lo que realmente me gusta, y mucho.

El Nacional

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