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Leyendas sobre el caballo común

<P>Leyendas sobre el caballo común</P>

Si el imaginario caballo alado al que la tradición simbólica llama unicornio resulta extraordinario, al caballo común, que atesora tanto misterio, no le es regateable la condición de ser extraordinario.

Resulta significativo observar cómo éste, desafiado por las corrientes de un río hondo, antes se para  junto a la orilla como en  meditación de la estrategia más eficaz que le permitirá cruzarlo.

Sabe, porque ha olido el inconfundible aroma de la turbiedad, que las aguas tumultuosas y excedidas del cauce, arrastran peligros.

Nunca se le verá, sabio como es, precipitarse hacia la corriente, y no se lanzará a ellas si no se siente seguro de cruzar indemne junto a su compañero de trayectoria.

En el caballo que monta el humano, que antes, cuando la tierra hervía por todas partes y andábamos saltando de rama en rama con otros cuerpos y otros sentimientos,  él tenía aún  el  tamaño de un perro, descansan nobles atributos, tejidos con leyendas e historias plausibles y terribles.

Este animal único ha acompañado al hombre con fidelidad y muerto en mil batallas-mitificado en otras- desde sus primeros pasos hasta los días que discurren.

Su presencia territorial, elegible para mil y una leyendas, fue inestimable.  

Desde el rocín que penosamente llevaba a un hombre imaginario maestro en el dolor, hasta el último caballo salvaje de las broncas praderas, este gran ser nunca será prescindible aunque conquistemos otras constelaciones y otros modos radicalmente distintos de vivir y de morir..

Indomable, no acepta ser montado más que por su señor, tiene miedo de su sombra y sólo se lanza de cara al sol.

Se arrodilla delante de Alejandro y después corre con infatigable fogosidad.

Muerto en el curso de una batalla sangrienta, el rey edifica una urbe alrededor de su tumba.

Más de un prontuario apócrifo asocia al caballo en sus orígenes a las tinieblas de las que surge galopando como la sangre en las venas.

El caballo arquetípico porta al unísono la muerte y la vida.

El equino-o equus, como le llamaron los griegos- comporta toda una galaxia léxica tejida en el asombro de las edades.

Se lo ata al fuego y a los fuegos que destruyen y reinventan la vida, a las entrañas de la tierra, al triunfo bélico, al agua que asfixia y alimenta.

La variada simbología que le asigna múltiples atributos le pertenece y lo justifica por derecho propio, ganado a  galope.

Todo un sistema de creencias le atribuye poder de clarividencia y conocimiento del “otro” mundo.

Sus grandes ojos rojos, de roja percepción, va diciéndonos algo de su excentricidad.

La compleja red de significaciones que la imaginación ha trazado en derredor de esta noble criatura lo asocia por analogía a la tierra en su rol de madre, de su luminaria la luna, de las aguas y de la sexualidad, el sueño, la adivinación, la vegetación y la renovación.

El psicoanálisis lo nombra como símbolo del psiquismo inconsciente, como figura arquetípica próximo a la maternidad, memoria del mundo y del tiempo, atado a los grandes relojes naturales, al deseo y a la impetuosidad.

En la conducción de la noche por el día, el caballo ocupa la posición del que abandona las oscuridades originales para elevarse hasta los cielos.

Vestido con blanca vestimenta de majestad, deja de ser lunar y se convierte en  figura solar en el país de los  héroes y de los dioses buenos.

Las siguientes acepciones simbólicas lo presentan en el plano celeste representando el instinto controlado, dominado, sublimado.

Es la más noble conquista del hombre pero asimismo persigue  imponer desde nosotros, desde nuestra más densa oscuridad, lo si siniestro de los infernal, de las tinieblas.

Es tan maléfico, si atendemos a esas creencias conjeturales, como benéfico son los resultados de su andar poderoso.

El caballo establece una clara diferencia de otros animales.

Es montura, vehiculo, navío inseparable del hombre. Puesto que se decide por ser fuente de paz y de conflicto, entre los dos, en la relación milenaria que tiene su domesticación por el humano, intervienen copiosos factores a considerar.

El sentido esotérico lo presenta al mediodía arrastrado por la potencia de su carrera.

El caballo galopa ciegamente. El jinete, con grandes ojos abiertos, previene sus pánicos y lo dirige hacia la meta que le ha asignado.

El caballo es entonces vidente y guía.

El dato

En honor a su caballo llamado Bucéfalo, Alejandro Magno ordenó fundar una ciudad.

El Nacional

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