Opinión

¿Llegará nuestro turno?

¿Llegará nuestro turno?

En el país existen las circunstancias económicas, sociales y políticas que han propiciado los cambios en América Latina. Están dadas las condiciones objetivas para que fenómenos similares ocurran entre nosotros. Los tres grandes partidos han gobernado cada uno en más de dos ocasiones y han terminado irremisiblemente igualados en la desfachatez, la corrupción y la conversión de sus ejercicios gubernamentales en oportunidades mágicas para el enriquecimiento de sus cúpulas.

Pese a un crecimiento económico impresionante, es decir, habiéndose dispuesto de los recursos suficientes para revertir un estado de cosas miserable, los índices de la nación no pueden ser más desalentadores. Ocupamos lugares vergonzosos en todos los indicadores del nivel de desarrollo humano; la brecha entre la opulencia y la pobreza se ha ensanchado; la institucionalidad continúa siendo precaria; la seguridad jurídica y ciudadana se han deteriorado y, lo que es peor, de continuar transitándose el mismo camino, esas variables empeorarán.

No hace falta que ocurra nada adicional para que tengamos pruebas irrefutables de que bajo los designios de cualquiera de las organizaciones políticas que han gobernado en la etapa posterior a la tiranía, la situación del país no podrá escapar de lo que han sido sus penosas características históricas. ¿Qué nuevo, salvo la invención de promesas vacías e irresponsables, nos pueden ofrecer quienes han tenido múltiples oportunidades de hacer las cosas bien y han defraudado la confianza colectiva?.

A lo interno de esos partidos no han podido desarrollarse corrientes de pensamiento cuestionadoras de lo que han hecho desde el Palacio Nacional en sus respectivas ocasiones. Las escasas voces que han tenido el coraje de disentir, han sido marginadas, e incluso han debido abandonar sus filas convencidas de que sus alarmas no tendrían resonancia. En la actualidad, lucen armonizados con el desastre y complacidos por haber trocado antiguas convicciones por el encandilamiento del poder. Uno no termina de asombrarse al constatar cómo personas de innegable prestigio han terminado acomodadas ante tantas claudicaciones. ¿Eran auténticos?

En esos partidos tradicionales, en sentido general, se preservan los mismos rostros e idénticas ideas. Los jóvenes incorporados han demostrado tanta vejez como sus antecesores, convirtiéndose en simples garantes de la preservación de la ignominia. Nada más caducable que la juventud si no se le adereza con valores que le aporten el secreto de lo imperecedero.

Eso por el lado de las fuerzas políticas. En lo que respecta al poder económico y a los demás estamentos fácticos, resulta imposible que pretendan eludir su cuota de responsabilidad en este panorama sombrío que nos abate. Puede afirmarse que, con honrosas excepciones, han optado por pescar en el río revuelto del desorden, antes que navegar por las sosegadas aguas de la institucionalidad, las reglas de juego claras y la competencia transparente.

Ante esa descripción desoladora, ¿puede asegurarse que un cambio de rumbo está garantizado en lo inmediato en el escenario político dominicano?. Afirmar eso sería una ingenuidad. Pero el cambio es posible. Lograrlo en un tiempo relativamente corto, está condicionado a la no reiteración de errores cometidos en el pasado en los intentos por concretizarlo. Ese será el tema de la próxima entrega.

yermenosanchez@codetel.net.do

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