Opinión

¿Llegará nuestro turno?

¿Llegará nuestro turno?

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 El innegable deterioro de la situación económica, social y política no puede ser fuente de espejismos. Deducir que por su única existencia se producirá el cambio político que necesita la nación, constituye una ingenuidad que no hará más que consolidar el predominio de las fuerzas conservadoras que han dominado la casi totalidad de nuestra vida republicana.

 Pese al desastre que han significado sus gestiones gubernamentales y al descaro con el cual continúan haciendo sus tropelías, todavía el país, por razones comprensibles y nada casuales, está dominado por un sistema de partidos políticos tradicionales de mucho más arraigo popular que el que se supondría a partir de tan nefasto historial.

 El electorado dominicano, más allá de evidentes manifestaciones de anhelo de transformar el actual estado de cosas, lo cual puede constatarse con apenas deambular por las calles, sigue compareciendo a los comicios compelido a decidir entre las mismas opciones, lo cual lo conduce al razonamiento siempre perverso de determinar el que considera el menor entre todos los males.

 Eso fuerza a concluir, con tristeza profunda, que el sector liberal o progresista es parte del problema cuya solución persigue. No puede eludir su cuota de responsabilidad en la medida en que se ha tornado incapaz de construir una alternativa en aptitud de competir con reales posibilidades de ganar un certamen electoral. Es cierto que la inequidad en la participación limita sus posibilidades, pero ya basta de escudarse en esa verdad para ocultar otras de no menos trascendencia.

 Hoy, lejos de percibirse acciones encaminadas a revertir esa circunstancia histórica desafortunada, asistimos al despliegue de decenas de esfuerzos aislados que parecen competir entre sí, presagiándose que, de continuar esa trayectoria, están llamados a reiterar las fracasadas experiencias del pasado.

 La fragmentación, sin embargo, es sólo una porción de las debilidades y quizás no la más importante. Lo peor radica en el hecho de que el sector luce atomizado, atrapado en unas prácticas políticas tan tradicionales como las organizaciones a las que pretende desplazar. En ocasiones, no resulta fácil vislumbrar un cambio auténtico sobre la base de las posturas políticas asumidas por pregoneros de opciones supuestamente alternativas. Mucho me temo que nos falten motivos para confiar en que, bajo su liderazgo, no advendrían nuevas frustraciones.

 Avanzar en una dirección diferente será difícil mientras no se entienda la necesidad de profesionalizar el ejercicio político e impulsar un proyecto dotado de una estética que, por atractiva, esté en capacidad de derrotar la indiferencia de un amplio sector poblacional que desea el cambio, pero no le resulta fácil romper esquemas muy arraigados. A ese segmento, con una alta dosis de conservadurismo, le aterran el ruido y la estridencia.

 El cambio es posible. Hay que hacerlo germinar sobre simientes muy distintas a las plantadas hasta ahora. De lo contrario, preparémonos para que la cosecha continúe siendo esta tragedia nacional tricolor que, por la identidad de conducta de sus tres exponentes, ha terminado irreversiblemente igualada. De no hacerse lo debido, habremos perdido entonces, la autoridad moral para el lamento.

 

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El Nacional

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