En los grupos que defienden al dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, abundan parientes del tirano, políticos, religiosos y no creyentes, académicos, profesionales, técnicos e iletrados; en fin, mansos y cimarrones que constantemente, alaban las acciones del hombre que, como cuenta el profesor Juan Bosch:
Utilizó su energía para esclavizar y envilecer al pueblo; su sentido de la autoridad con el consecuente don de mando para organizar un sistema de terror; su don de organizar para crear un régimen despótico; su actividad mental y física y su dedicación y su dedicación al trabajo para establecer un sistema de explotación económica y sumisión política como pocas veces ha visto el mundo.
El tirano Trujillo, cuyas huellas cinco décadas después se presentan en algunas localidades -como en su natal San Cristóbal- y en la mentalidad, el sentimiento y las acciones de sus familiares y de algunos dominicanos y dominicanas, tal y como lo explica Bosch en su obra Trujillo: causas de una dictadura sin ejemplo, fue un producto psicológico de la deformación castrista creada por la Conquista, producto biológico de dos invasiones extranjeras (la haitiana de 1822 y la española de 1861) y producto militar de la ocupación norteamericana de 1916.
La psicología enfermiza de Trujillo de simiente materna haitiana y raíces paternas españolas- que se expresó en una ambición sin límites, tuvo su origen en la desacertada división entre gente de primera y gente de segunda, que implantó a principios del siglo XVI en este territorio la corte virreinal, renacentista e hispánica de doña María de Toledo, observa el más grande pensador social dominicano de todos los tiempos.
Derivado de su ambición desmedida, el sátrapa puso de nombre a su primera hija Flor de Oro y a su caballo Papeleta.
A quienes lo recuerdan en actitud de exaltación, y al tirano en su morada en el Infierno, les decimos: Nunca más.