Semana

“Los jíbaros” y el Tributo de sangre

“Los jíbaros”  y el Tributo de sangre

(1 de 2)
Hay pueblos que les pasa lo mismo que acontece con algunas personas: si nadie los quiere, si nadie los mira, terminan en ruinas. Algo parecido ocurrió con “Los jíbaros”, hoy una aldea desaparecida por completo que fue fundada por canarios al Este de Santo Domingo, a poca distancia de San José de Los Llanos, en la geografía de San Pedro de Macorís.

En realidad, la comarca nunca fue un caserío importante, pero fue el lugar donde vivieron varias familias canarias traídas a Santo Domingo a partir de 1625.

Tal vez por no mezclarse con otros inmigrantes españoles, con hábitos o costumbres diferentes, o simplemente por vivir apartadas de las demás familias asentadas en San José de los Llanos, vieron en Los Jíbaros el sitio ideal para establecerse en comunidad.
En Puerto Rico y Cuba se dio el mismo fenómeno.

En la vecina isla los canarios fueron asentados en los lugares montañosos y se les llamó ‘jíbaros’ de manera despectiva, debido al desconocimiento de los puertorriqueños del sistema de castas que se dio en las Antillas durante el proceso de la colonización.

En Cuba, el término jíbaro equivale a “salvaje”, y su aplicación mayormente se hacía para designar a animales alzados o silvestres, mientras en Colombia y Venezuela el calificativo les fue aplicado a los guajiros, aunque con los años el vocablo devino para nombrar a los traficantes de drogas de una amplia zona de la Amazonía.

De manera que los canarios no sólo vinieron a la isla Hispaniola, sino que fueron diseminados en muchos lugares de América, primeramente en el Caribe, como una manera de contribuir a la repoblación.

Los canarios traídos a Santo Domingo fueron llevados a las plantaciones agrícolas. Antes, mucho antes de que la Corona los obligara a emigrar, ya Nicolás de Ovando trajo consigo, en 1502-
El éxodo de canarios se masificó con la promulgación del Real Decreto del 6 de mayo de 1663, cuando entró en vigencia el “Tributo de Sangre”, conocido también como el “derecho de familias”, y que consistía en la obligación de enviar a América a cinco familias canarias por cada cien toneladas de mercancías desembarcadas en los puertos de las islas Canarias, principalmente a través de Tenerife, lugar por donde se embarcó hacia Santo Domingo una gran cantidad de comerciantes españoles.

Esa disposición de exportar canarios, al tiempo que enriqueció a los comerciantes españoles a través de la Casa de Contratación, establecida originalmente en Cádiz y después en Sevilla, tenía como objetivo principal evadir el pago en metálico de los impuestos y contribuía significativamente a paliar las emigraciones que provocaron el despoblamiento de la isla, sobre todo en la parte Este de Santo Domingo, sometida a constantes incursiones bélicas que ponían en evidencia la incapacidad de España para preservar su predominio étnico, cultural, idiomático y político en la isla.
En efecto, el trasiego de canarios vino a satisfacer los intereses económicos de los armadores o navieros y a los intereses políticos de la Corona.

Y así se convirtieron en pobladores-fundadores de Santiago, Bánica, Baní, Samaná, Puerto Plata, Constanza, Sabana de la Mar, Montecristi, San José de los Llanos, San José de Las Matas, Jánico y Dajabón.
Sin embargo, en algunos de estos pueblos no perduraron mucho tiempo por razones diversas, entre ellas las difíciles condiciones de supervivencia, como fueron los casos de los pueblos de San Rafael de la Angostura, Las Caobas y San Miguel de la Atalaya (hoy territorio haitiano) y por la abolición del reglamento de la disposición legal, en 1718, que eliminó el monopolio comercial de los productos embarcados a España.

Sin facilidades para el fomento de sus cultivos agrícolas, sin escuela, sin agua potable y sin las condiciones mínimas de salubridad para la subsistencia humana y en extrema marginalidad, por más que muchos canarios insistieron en quedarse en esos predios en procura de fomentar proyectos de vida alejados de las ciudades, no pudieron permanecer tanto tiempo; y esa fue una de las causas de la desintegración de “Los Jíbaros”, quienes además no pudieron resistir tantas inclemencias climáticas ni plagas, y hasta la tierra les negó el fruto de sus entrañas.

En consecuencia, el caserío de “Los Jíbaros” comenzó a extinguirse con el éxodo paulatino de las ya entonces escasas familias asentadas en el lugar. Los últimos en abandonar el caserío, después de la segunda mitad de la década de 1930, fueron las familias Sosa, Astacio, Castro y Vásquez, quienes quedaron marginados durante años tras las visitas furtivas de los campesinos armados que eran perseguidos por los militares norteamericanos entre 1917 y 1919, y a quienes les estigmatizaron como “Los gavilleros”, una campaña mediática cuya finalidad fue eliminarles no sólo física, sino moralmente, porque desacreditándolos obtenían la colaboración de los habitantes de la zona durante su persecución para facilitar su captura o fusilamiento.

“Los Gavilleros’” sin embargo, no eran sino los campesinos del Este despojados de sus predios sin que mediara a su favor la más mínima indemnización por sus posesiones legítimas por parte de las autoridades. Este proceso comenzó a verificarse durante la tiranía de Ulises Hereaux (Lilís) y con mayor intensidad durante la guerra definitiva de la independencia de Cuba que culminó en 1898.

El Nacional

La Voz de Todos