Opinión

Los odios de Norcorea

Los odios  de Norcorea

Al anochecer del 25 de junio de 1950, tropas de Corea del Norte invaden su vecino de Corea del Sur, provocando la intervención de Estados Unidos en el conflicto y desatando los odios eternos de los coreanos.

Esta guerra dejó huellas imborrables en el sentimiento de los coreanos contra los estadounidenses. El entonces líder coreano Kim il-sung, abuelo del actual líder en Pyongyang, había lanzado a sus tropas contra el sur tras la represión contra los simpatizantes comunistas por el régimen militar asentado en Seúl por Syngman Rhee, y respaldado por Estados Unidos.

Al tratarse del inicio de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, los estrategas militares norteamericanos decidieron que había que terminar con el conflicto en el menor tiempo posible y dispusieron un masivo y permanente bombardeo que implicó 32 mil 557 toneladas de napalm, así como 635 mil toneladas de explosivos convencionales.

De acuerdo a organismos internacionales esos feroz ataques de Estados Unidos dejaron un saldo de 282 coreanos muertos, sólo en los primeros ataques, y que al final de la guerra, tres años después, los norteamericanos habían matado al 15% de la población civil norcoreana. Este dato está registrado en el Instituto Coreano de Historia Militar.

Finalmente, en 1953, tras largas negociaciones, se firmó el armisticio que puso fin a los combates. El presidente estadounidense, Harry S. Truman, siempre quiso evitar una escalada del conflicto que pudiera derivar en un choque directo con la Unión Soviética.

Su sucesor en la Casa Blanca, Dwight D. Eisenhower, también comprendió pronto que su país no podría mantener indefinidamente el esfuerzo bélico en la península y la muerte de José Stalin en marzo alteró el clima político en Moscú y facilitó el cese de las hostilidades.

De alguna manera, el legado de la guerra actúa como gasolina ideológica para el régimen de los Kim.
También es una de las razones que explican su insistencia en desarrollar un arsenal nuclear disuasorio pese a las reiteradas condenas internacionales.

Sin embargo, en el mundo moderno no hay espacio para odios ni rencores, por lo que se hacen obligatoria las soluciones pacíficas.

El Nacional

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