Opinión

Mano dura

Mano dura

Orlando Gomez

La nostalgia por un pasado que nunca existió mantiene obsesivamente enamorado a los dominicanos con la idea de una supuesta solución que nunca solucionó algo, la “mano dura”. En efecto, la mano dura es para nuestro país el martillo que ve todos sus problemas como clavos, y tenemos la errada idea de que con lanzarle “mano dura” a esos problemas estos se van a arreglar. No obstante existir abundantes ejemplos de que la “mano dura” nunca ha funcionado, los dominicanos insistimos en darles cabida a los líderes políticos que la ofrecen como la panacea.

Viendo un ejemplo reciente en Rodrigo Duterte, Presidente de Filipinas, este prometió “mano dura” para solucionar el problema de las drogas y el crimen en su país pero más de 7,000 muertos en ejecuciones extrajudiciales después, el crimen en Filipinas sigue igual que antes de la llegada de Duterte, con el giro interesante de que ahora los filipinos no solo temen a los criminales de siempre, sino que también a los policías.

De hecho, no es necesario buscar ejemplos tan distantes. La República Dominicana ha tenido su propia dosis de “mano dura” en los últimos 20 años, la última de las cuales culminó con la campaña “Policía no me mates”. No solo esas aventuras hicieron muy poco para reducir la criminalidad en el país, sino que le costaron la credibilidad a las autoridades policiales y a la justicia dominicana que todavía siguen tratando de recuperar.

Entiendo el atractivo detrás de la idea autoritaria de la “mano dura”; es un mensaje fácil de transmitir, en un idioma que todos pueden entender, y apela a la idea simplona de “muerto el perro se acabó la rabia”.

El uso de métodos agresivos y violentos para reprimir a supuestos criminales apela a nuestros instintos más básicos sobre como enfrentar un mal en si violento como lo es la delincuencia.

Hablar de soluciones reales, tales como dignificar la labor policial, del Ministerio Público y el Poder Judicial, no solo asignándoles muchos más recursos de los que actualmente manejan, sino profesionalizando el ejercicio dentro de las mismas, lucen como ideas abstractas para una población donde la diferencia entre justicia y venganza rara vez es comprendida.

Es precisamente la falta de énfasis en resaltarse los repetidos fracasos de la “mano dura” y el letargo del Estado en empoderar a las fuerzas llamadas a hacer cumplir las leyes, que esporádicamente resurgen los encantadores de serpientes vendiendo “mano dura” como solución política para un país que necesita soluciones reales a un problema bastante definido como lo es la delincuencia. Esperemos que el país no compre el sueño y evitar caer en el caos al que ineludiblemente conducen ese tipo de políticas.

El Nacional

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