Opinión

Marcas de la guerra

Marcas de la guerra

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Mucho después de los sucesos iniciados aquel 24 de abril del año 1965 —de los que tanto se ha hablado y se hablará—, y ya rotos y disipados los paradigmas que los precedieron (la muerte de Trujillo y el golpe de Estado a Bosch), los cuales acarrearon una división dentro de las Fuerzas Armadas y una insurrección popular que se convirtió en Guerra Patria tras la intervención norteamericana, las miradas hacia atrás han bosquejado esa fecha como un recuerdo anecdótico, como un suceso irrepetible, casi como una singularidad donde se entrecruzaron los heroísmos, cobardías y villanías, y se ha preferido recordar los hechos así, porque nadie —o casi nadie— acaricia la idea de hablar de los eventos tal y como acaecieron y significaron: como un triunfo esporádico del pueblo que luego se convirtió en frustración, y es por eso que han trucado, aderezado y vendido la revuelta iniciada ese glorioso y soleado sábado de hace cincuenta y dos años, para que sea olfateada de igual manera a como se aprecia una tentativa de salvación, o un esfuerzo ciclópeo para alcanzar la gloria y, quizás, ¡la utopía!

Y esto se recordará y narrará así, posiblemente con la intención de ocultar lo que Juan Bosch escribió y gritó —para alertar a los historiadores— de que lo que comenzó como un movimiento para devolverlo al poder, se convirtió cuatro días después, el 28 de abril, en una guerra patria. Pero lo más importante del trazado que ha venido marcando la cartografía de la revuelta de abril y su conversión forzosa en guerra patria —una ruta en donde cada día se incorporan más protagonistas— fue que trazó múltiples vertientes para modificar la historia, no sólo de la República Dominicana, sino de Latinoamérica y el mundo.

En el meollo de la insurrección, verbigracia, los días posteriores al 24 y 28 de abril de 1965 posibilitaron —como un polizonte inaudito, insólito y hasta cierto punto sorprendente— el regreso de Joaquín Balaguer al país, quien luego de los acontecimientos se alzó con las frustraciones de aquellos acontecimientos y las recicló para utilizarlas en la manipulación del país a su antojo durante doce violentos años, permitiendo que una escuela de corrupción y barbarie creciera hasta las dimensiones que observamos y padecemos hoy.

Aquel 24 de abril de 1965, también nos marcó con un naufragio que, para muchos, aparenta ser absurdo, pero que no lo es, porque su evocación, a veces dolorosa, sorda y ácida, se convierte en un apasionante equipaje de sorpresas, ya que las sospechas, como conjuros, aguijonean las angustias y es, entonces, cuando afloran las fantasías y Abril se convierte en la presencia que tratamos de comprender este día.

El Nacional

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