Opinión

Más allá del verde

Más allá  del verde

La corrupción es un cáncer que se ha ido expandiendo desde hace ya varias décadas. Abarca generaciones de dominicanos y dominicanas y si hoy está en el tapete es porque ha hecho metástasis.

Comenzó con el ajusticiamiento de Trujillo y la rebatiña por sus bienes. De esa debacle surgió el primer grupo expandido de millonarios, quienes viven en competencia. Las historias sobre las contradicciones entre el sector importador y exportador son legendarias.

Prácticamente ningún gobierno se ha salvado de la práctica. Llegar al Estado es la manera de convertirse en rico, de ahí el afán de tantos y tantas por los puestos electivos, algunos más rentables que otros y de ahí el aburrimiento que nos causan los discursos sobre la no reelección como método para asegurarle un pedazo del biscocho nacional a distintos grupos cada cuatro años.

La debacle del PLD comenzó con un pacto que eliminó las diferencias entre los entonces inmaculados peledeistas y los demonizados reformistas y cuando uno de sus líderes se tomó en serio como neoliberal y comenzó a tratar de congraciarse con el poder mundial.

Ese insignificante social intento primero regalarle a Inglaterra nuestras aguas territoriales; y luego privatizó los bienes del Estado dominicano, que pertenecen al pueblo dominicano, negándole a los cañeros la posibilidad de rescatar los ingenios, vía su conversión en cooperativas autofinanciadas. Todavía estamos esperando a los mexicanos a quienes vendió lo que quedaba por una chilata. Las personas acomplejadas les hacen a los pueblos un daño irreversible, en su afán de congraciarse con las aristocracias.

El PLD adoptó entonces las prácticas clientelistas brasileras y comenzó a fomentar la dependencia económica en más o menos un millón de personas. “Progresar” con bonos gas, educación, y salud entre otros, se convirtió en el sueño de un campesinado abandonado a su suerte desde la colonia.

Once carteras Vuiton, joyas, apartamentos en Paris, y superficialidades de todo tipo fueron la recompensa a ese ejercicio de “santidad”, por eso cuando exigimos que un presidente renuncie hay que preguntarse quién le sustituirá. No es lo mismo llamar al diablo que verlo venir.

De lo que escribo es de una cultura de corrupción e impunidad que ya trasciende a los y las individuos y que no se resuelve con la sustitución de determinados personajes, o su encarcelamiento. Se trata de comenzar a ver más allá de la coyuntura actual y de iniciar un proceso de concientización sobre los antivalores que han convertido el legado Duartiano en una conmemoración anual para pariguayos, o ilusos.
Esa me parece que es la tarea a que debe abocarse el Movimiento Verde en todos espacios y escalas de liderazgo, a riesgo de quedarnos en la superficie.

El Nacional

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