Opinión

Más ganas de morirse…

Más ganas de morirse…

La nación conmemora hoy el 52 aniversario de la segunda intervención militar de Estados Unidos, un bochornoso acto de fuerza y poder de una superpotencia imperial para impedir que el pueblo dominicano reconquistara su conculcado derecho a la democracia y a la libertad.

Miles de marines desembarcaron en la riada de Santo Domingo, con la espuria justificación de que vinieron a “salvar vidas”, cuando el propósito real fue impedir a sangre y fuego el retorno a la constitucionalidad, malograda con el golpe de Estado contra el gobierno del profesor Juan Bosch.

El movimiento cívico militar que estalló el 24 de abril de 1965, estaba ya a las puertas del triunfo sobre las fuerzas del régimen de facto del Triunvirato, cuando el presidente Lyndon B. Johnson ordenó a la 82 División Aerotransportada invadir la patria de Duarte con la sola intención de impedir la restitución de la democracia.

A los jóvenes de hoy y las generaciones futuras hay que decirles que el mundo quedó embriagado de admiración y asombro por el extraordinario valor y arrojo de un pueblo que enfrentó al ejército más poderoso de la Tierra, con fervor patriótico, decoro y honor.

Las tropas invasoras disponían de suficiente poder de fuego para borrar del mapa a Ciudad Nueva y la zona intramuros, pero la determinación de cientos de hombres y mujeres, civiles y militares, con más gana de morirse que de rendirse, transformó el asedio imperial en epopeya patria que la historia mundial recoge con orgullo.

De nada sirvió pretender ocultar esa invasión en el vergonzoso ropaje de una mentada Fuerza Interamericana de Paz (FIP), regentada por la Organización de Estados Americanos (OEA), en su rol de ministerio de colonias, porque el mundo expresó su más severa condena a esa agresión emprendida por Washington.

Estados Unidos registra esa intervención militar como una empresa exitosa, que impidió el retorno al poder de Bosch y supuestamente evitó “el avance comunista” en la región, pero la verdad es que ese infausto suceso se registra en la historia de la humanidad como una infamia injustificable, abusiva y salvaje de un tiburón contra una sardina.

La patria guarda eterna deuda de gratitud a sus buenos hijos que enfrentaron a un poderoso ejército imperial, que por segunda vez mancilló el suelo soberano, sin que sus mandantes entiendan que este pueblo siempre tendrá más ganas de morirse que de ser esclavo.

El Nacional

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