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Mi querido Teatro Nacional

Mi querido  Teatro Nacional

Puedo afirmar, sin caer en exageración, que en las salas del Teatro Nacional he vivido momentos de intensa emoción, algunos de los cuales me han llevado al borde del colapso cardiaco.

Tuve la suerte de que mi buen amigo Peter Morales Troncoso, Director General de Bellas Artes, me obsequiara dos boletas de platea para la temporada inaugural del teatro en el año 1973.

Y fue en su sala principal donde formé parte del público que aplaudió de forma delirante durante varios minutos, la magistral interpretación del afamado violinista Ruggiero Ricci del Concierto número 1 de Paganini.

Debido a que mi corazón, entonces de apenas treinta y ocho años, y ajeno ya a las libaciones alcohólicas de su anfitrión, estaba en perfectas condiciones, resistió la aceleración de latidos a la que fue sometido esa noche.

Otro momento de impactante sacudimiento lo experimenté viendo y escuchando al pianista y compositor cubano Frank Fernández enfrentar con emotiva destreza los difíciles pasajes del concierto de Chaicovsky.

Como el intérprete unió a su interpretación una vigorosa combinación de movimientos, me contagió de tal forma, que al finalizar su ejecución me puse a dar saltos que un cercano espectador calificó, para satisfacción de mi ego, de acrobáticos.

Los talentos de tres dilectos amigos se juntaron para sacarme lágrimas la noche en que la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro Julio De Windt, secundó al saxofonista dominicano Sócrates- Choco- De León, en el concierto de Bienvenido Bustamante.

Ya conocía la dedicación de Choco a su instrumento, porque lo veía ensayar minuciosamente cuando formaba parte de la orquesta de Víctor Taveras en el programa televisivo Punto Final, que dirigió el genio artístico Freddy Beras Goico.

Por eso, antes de llegar al teatro para asistir al concierto, le dije a mi esposa Yvelisse que iba a escuchar a un músico para quien su instrumento no tenía secretos.

La belleza de la creación de Bustamante, la acostumbrada excelente conducción de De Windt, y la para mí insuperable interpretación de Choco, sacaron lágrimas copiosas a mis ojos.

Y eso se produjo pese a que desde los días de mi niñez escuché a mi padre afirmar, y en buena medida asumí el criterio, que los hombres no lloran.

El Teatro Nacional ha ofrecido espectáculos artísticos extraordinarios, equiparables a los de los principales escenarios del mundo, debido en parte a la sensibilidad, capacidad y eficiencia de los directores que ha tenido.

Como espectador habitual en sus salas, experimento una especie de sufriente desvalidez, con la suspensión por varios meses de sus actividades artísticas, para reparar su deteriorada planta física.

Porque no solo en el arte musical, sino en todas las demás artes, la institución ha ofrecido a los aficionados, eventos imposibles de olvidar, y difíciles de describir, por su grandiosidad.

Me siento parte de la historia de esa amada entidad, porque junto a valiosas personalidades, participé de los esfuerzos realizados para que se colocara sobre su mármol frontal, el nombre del gran cantante dominicano Eduardo Brito.

Entre esos amantes de las bellas artes puedo citar, y seguramente caeré en las tan citadas lamentables omisiones, a Carmelo Aristy, Álvaro Arvelo, Roque Napoleón Muñoz, Fausto Cepeda, Servio Uribe.

Nos embarcamos denodadamente en esa aspiración, venciendo la resistencia de muchos que consideraban que otros grandes artistas criollos merecían, en su opinión, más que el excelso barítono ese homenaje.
Las gestiones duraron varios meses, y en ocasiones algunos fuimos víctima del desaliento, pero finalmente las cámaras legislativas convirtieron en realidad aquel anhelo de miles de melómanos dominicanos.

Ojalá que Dios me libere pronto de la dolorosa nostalgia que me abate desde que en mi querido Teatro Nacional están ausentes las presentaciones de sus siempre esperados eventos artísticos.

Sobre todo para no pasar nuevamente por el lloriqueo que me provocaron mis músicos amigos Bienvenido Bustamante, Julio De Windt, y ese vivo ejemplo de la grandeza de la humildad, Choco De León.

El Nacional

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