Déjenme decirle, por si acaso alguno lo ignoraba, que afortunadamente los dominicanos y las dominicanas tenemos un superhéroe de carne y huesos.

Es de aquí, y tiene nombre y apellidos. Motivo más que suficiente para no cometer el gravísimo error de irlo a buscar a otro país o continente.

Sepan que él no tiene nada que envidiarle a los grandes guerreros libertarios de nuestra América. Puede juntarse y compartir con los asientos con los otros revolucionarios latinoamericanos.

Nuestro superhéroe vivió acompañado de la alegría, y murió como mueren los hombres de dignidad. Lo hizo combatiendo por una causa justa y hermosa; quizás la más noble cuando se tiene consciencia y un profundo compromiso con la patria agradecida.

Empezó a crecer cuando estalló la guerra de abril, en 1965. Aquel día inolvidable para muchos, sin pensarlo dos veces, se colocó al lado del pueblo, de los constitucionalistas, en primera fila.

Para aquel entonces, la ideología era determinante. América Latina respiraba una atmósfera de dictadores. Protestas y represión.

A él, porque le temían, lo obligaron a alejarse de su patria; mas el exilio no fue motivo para que su compromiso revolucionario amainara.

Su firmeza de hombre, luego de un profundo y complejo análisis de la realidad imperante en nuestro país, lo hizo encaminar sus pasos hacia la hermana república de Cuba. La Cuba democrática y revolucionaria de Fidel, del Che Guevara, de Camilo Cienfuegos y otros.

Allí comenzó a entrenarse y a conocer a profundidad el verdadero significado de la guerra de guerrilla. Y una vez llegado el momento, acompañado de otros valientes dominicanos, atravesó las bravías aguas del mar tan sólo para volver a sentir el aroma de su patria y, de nuevo, volver a comenzar la auténtica lucha por la liberación nacional dominicana.

Sí, el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó cayó; pero lo hizo peleando, como lo hacen los superhéroes de carne y hueso. ¡Gloria eterna al comandante!