El viernes pasado, creé la expectativa sobre la importancia de velar por la sanidad mental, a sabiendas de que entraría en materia en esta ocasión. Entendí que comentar sobre el tema, sin antes tocar el ejercicio medalaganario de Altagracia Paulino en Proconsumidor, no tenía sentido.

Noté que, a pesar del conflicto con tres expendedoras de GLP, acaso selectivo, la funcionaria y esposa del ministro de Hacienda, abrió otro frente; esta vez con los productores de pollos. El ciudadano ordinario en estos casos suele decir que el mucho joder empreña. Si Altagracia no conoce la moraleja, yo sí.

Como también sé que casi siempre cuando se abraza una causa a ultranza, el leit motiv son los intereses creados. Habría que saber, por qué tanta vehemencia en la defensa del consumidor de productos orgánicos, mientras nunca se piensa en preservar la salud mental del consumidor. Todo lo somático obedece al mandato psíquico.

Sin embargo, ¿qué ha hecho Altagracia Paulino para defender al consumidor mental del oscurantismo que promueve el farsante que se hace llamar Alexander Cardini, y que ante la indiferencia de ella y del oligofrénico de la Comisión de Espectáculos y radiofonía, y otras yerbas sin aroma, transgrede, a través de medios radiales y televisivos las leyes del país, diariamente, en horarios privilegiados?

No sé si doña Altagracia tiene granja de producción de pollos; y, de tenerla, desconozco cómo se entera de los precios de los insumos, la mayoría importados, para determinar lo que cuesta producir una libra de carne blanca. No es aconsejable hacer ruido innecesario tañendo mucho las campanas. Cuando menos se espera, doblan por uno mismo.

Nunca me he relacionado con la señora Paulino; pero, en verdad, me identificaba con su cuasi ministerio en defensa de la víctima final de la cadena de comercialización. Mas, ahora que veo que su altruismo de ayer fue una vulgar estafa, entiendo que lo de hoy, no es por el precio del pollo, sino por la sal que quiere el huevo