Opinión

MI VOZ ESCRITA

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Hasta la consumación de la traición que frustró las legítimas aspiraciones de los perredeístas de regresar al Poder, fruto del trasiego de votos que los perjuros regalaron al Partido Reformista, para, de paso, salvaguardarle su personería jurídica y electoral, el hoy presidente Danilo Medina era considerado “un masoquista cinco estrellas”.

Y con razón. No creo que, en la historia de la política dominicana, haya otra figura que califique para ser incluida en la lista de humillados y ofendidos envueltos en la trama de la novela homónima del inmenso Fiodor Dostoievski. Nadie ha sido más ofendido ni humillado. Ni Francisco Augusto Lora, víctima del chacal de Navarrete.

Sin embargo, el presidente Medina, en la transición, como si  hubiese reencarnado a Gregorio Samsa, el personaje de Franz Kafka en su “best seller” La Metamorfosis, asumió una actitud más sádica que la de Donatiem Alphonse François, el tenebroso Marqués de Sade. Solo porque sí, hizo del suspenso una torturante estrategia que al final resultó desconcertante.

Pareciera que en la transición al presidente Medina se le razonó  sobre la utilidad que proporciona continuar lo que está mal y del riesgo que correría en caso de contrariar la línea del Comité Central del PLD. De no ser así, es necesario y urgente que el licenciado Danilo Medina le diga al país con la propiedad que ameritan los hechos, los porqués que puedan justificar ciertas designaciones y  confirmaciones. 

Algunas, tan contradictorias y carentes de delicadeza, que sólo dejan espacio a la perplejidad y a la desilusión, y, aunque uno se resista, a la legítima sospecha.

El Nacional

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