Errar es de humanos. Y la razón de que nadie dude de tal certeza, es simple: de los seres creados por Dios, solo el hombre tiene la capacidad de raciocinar. Esta facultad le permite elegir entre una o más alternativas, y, por vía de consecuencia, le asiste el derecho a equivocarse, en tanto no es un robot al que se pueda programar.

También es muy socorrido el consejo de morderse la lengua tres veces antes de hablar; pues, se dice, que eso hacía un filósofo de la antigüedad para evitar yerros. De ahí, que la sabiduría popular, acuñara la advertencia: el que mucho habla, mucho yerra.

En ese orden, se puede asegurar, además, que poder memorizar a tiempo es lo más conveniente para prevenir las, a veces, vergonzantes y costosas equivocaciones que conlleva la verborrea, sobre todo cuando el hablador, sin quererlo, pone en evidencia detalles que comprometen su debida discreción.

Aún no salgo del asombro que me causó el ministro de las Fuerzas Armadas, Almirante (transitorio) Sigfrido Pared Pérez, al asegurar que se acabó el tiempo de cuando los ascensos tradicionales en los institutos castrenses y en la Policía Nacional se hacían por amiguismo, porque, según él, los que eran promovidos, no reunían los méritos requeridos.

A sabiendas de que mi reacción podría prestarse a hilarantes comentarios, se me ocurre que no es ocioso plantearle al suertudo titular de las Fuerzas Armadas, algunas preguntas: ¿Quiere decir el señor ministro que el grupismo militar y el policial desaparecerán con la nueva Ley orgánica pendiente de aprobación?

¿Puede usted demostrar que en su primera gestión, luego del conato de rebelión protagonizado por el entonces secretario, teniente general (también transitorio) Juan Bautista Rojas Tabar, absolutamente nadie ascendió por amiguismo? Y, si no fue por esa razón, ¿por cuál obtuvo la promoción?

Sin embargo, lo más importante es saber, si no fue por amiguismo, por qué, precisamente, cuando la oposición sigue alegando irregularidades en los comicios, el presidente Danilo Medina, lo repite