Opinión

MI VOZ ESCRITA

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En la parte inicial de este artículo, el viernes pasado, me referí a que el afán de trascender lleva al ser humano a mentir; y dejé sentado que el asunto es tan antiguo como la vida misma. Es la dialéctica histórica la que aporta la diferencia, en tanto sería un acuse de máximo cretinismo pensar siquiera que el empeño en ser alguien de ayer se pudiese comparar con el de hoy.

En la antigüedad, la cuestión era medularmente egocéntrica; el culto intrínseco y permanente a la propia persona fue un patrón de conducta que nadie cuestionó por la ausencia de parámetros que indicaran la media que sirviera para fijar un mecanismo de control. Se me ocurre que el pensamiento preclaro de Jean Jacques Rousseau plasmado en su obra El Contrato Social, es que establece el antes y el después.

Ese antes y después en las relaciones socioeconómicas del hombre a través del tiempo ha llevado a la paranoia a incontables sujetos, quienes a los fines de ascender a sitiales cimeros en la escala social se dedican a acumular riquezas originarias que no resisten siquiera, una auditoría visual. Pienso que ese puede ser el motivo fundamental que tuvo Leonel Fernández para mentir de manera descarada en su infeliz discurso del martes 13 de los corrientes.

Como también tiene que ser la razón cardinal del suspendido magistrado español, Baltazar Garzón, para proponer ante la XV Conferencia Internacional Anticorrupción celebrada en Brasilia que a ese delito, al igual que a la violación de los derechos humanos, al narcotráfico y al terrorismo se le aplique los mismos principios de la jurisdicción internacional, y tipificarla como delito global…

El Nacional

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