Opinión

Miedo y domininación

Miedo y domininación

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Hans Morgenthau, el abogado y político norteamericano cuya influencia fue notoria en las décadas altas de la guerra fría, apuntó en “Politics among nations” (1948): “El poder político es una relación psicológica entre los que lo ejercen y aquellos sobre los cuales se ejerce. En consecuencia, el poder abarca todas las relaciones sociales que sirven a ese fin, desde la violencia física hasta el más sutil lazo mediante el cual una mente controla a otra”. Es por esto, no por otra cosa, que los historiadores que tratan de recobrar las múltiples nociones del miedo durante la dictadura de Trujillo, no pueden —de ninguna manera— olvidar el terror que vivieron nuestras fuerzas armadas en una historia iniciada en 1916, cuando los gobernadores Henry Knapp, Thomas Snowdon, Samuel Robinson y Harry Lee —al mando de sus marines— esparcieron el terror, parieron a Trujillo, y con él a bandas que, como La 42, hicieron del miedo —a partir del 1930—, un hábito, una señal de supervivencia en el país. Y esa señal se convirtió en aprensión en el cuartel dominicano, en una “apercepción” (Leibniz), en un síndrome que hacía de nuestros soldados una materia susceptible de ser utilizada, manipulada.
Como una prueba imborrable de ese ejercicio del terror están los muertos y desaparecidos durante la conspiración del capitán Eugenio de Marchena, los heroicos sargentos de la Fuerza Aérea Dominicana (que se atrevieron a complotar a favor de los expedicionarios de Junio), los oficiales de la Marina de Guerra, que apoyaron desde la misma jefatura del cuerpo naval las acciones del Movimiento 14 de Junio; o aquel sargento que no pudo disparar su ametralladora cincuenta al avión que aterrizó en Constanza con su carga de esperanza. Pero antes, mucho antes que ellos, estuvieron los innumerables oficiales y soldados sin nombre, asesinados por oponerse al liderazgo de Trujillo, muy temprano en la década de los treinta, y cuyas muertes sirvieron para sembrar el más espeluznante de los miedos en los cuarteles dominicanos.
Definitivamente, el miedo sistematizado no tiene fronteras ni recodos para refugiarse en la nulidad de la sombra: al extenderse, nos cubre a todos, nos aprisiona a todos, marcándonos con la frigidez del temor, de la apatía, de la cobardía, inclusive del crimen, seamos civiles o, ¿por qué no?, militares guarecidos en el cuartel. Pero lo grave, lo tétrico de todo es que, ahora, la imposición del miedo ha evolucionado, capciosamente, hacia la vertiente de la dádiva, del bono, de esa minúscula “ayuda” que somete al necesitado a depender del óbolo lastimoso que lo ata como una cadena al servicio del poder. En esta forma de deshumanizar al hombre, el Estado en manos del PLD quiebra —a través del miedo— la posibilidad de que la población más pobre del país, compuesta por seres humanos aprisionados entre la desesperanza y el olvido, pierda esa esencia hegeliana de la reflexión, del sueño de poder alcanzar un trabajo digno y hacer posible la transformación de la historia

El Nacional

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