¿Qué Pasa?

El lado bueno

El lado bueno

Señales del corazón
Como cuando las realidades son tan duras que prefieres hacer de ciego, Juana no quería aceptar la verdad.
Veía a su hijo llegar tarde, mostrarse a veces agresivo, otras indiferente, personas extrañas lo buscaban constantemente, pero ella no quería creer lo que su corazón le decía.

Julito había conseguido un trabajo bueno con el que la ayudaba más. Le daba lo que necesitaba, pero, paradojas de la vida, ella estaba estable, pero no feliz. Su hijo, por exceso de trabajo o quién sabe qué razones, ya no era el mismo, era como si con su dinero ella solo estuviera pagando para que se alejara. Ya nunca le daba un beso, llegaba a la casa casi de madrugada con la cabeza baja, tropezando los pies, con la mirada perdida y los bolsillos con dinero que le dejaba sobre la mesa.

La nevera ahora siempre estaba llena de lo necesario, su hijo le había sorprendido un día con un plasma que colocó en la sala, una nevera que sustituyó la vieja que ya no congelaba. Un día llegó a la casa hasta con un motor grande, de esos que están de moda en la juventud. Ese ruido la hacía cada noche saber, desde su cama, que su hijo había llegado a casa.

Ella se acostaba antes de que él llegara, para evitar que le peleara por esperarlo. Por eso había aprendido a adivinar los ruidos, de su momento de destapar el plato de la cena, rodar la silla, tomar el tenedor y colocar nuevamente el vaso en la mesa, para luego poner los platos en el fregadero y abrír la nevera en busca de más agua. Una noche, lo sintió solo caminar y tirarse en su cama.

Se levantó despacito, abrió las puertas de su cuarto, lo vio tirado boca abajo y por poco muere de susto cuando tropezó con una mochila que éste había puesto en el piso. La tomó en sus manos, abrió en busca de ropa sucia y su cuerpo quedó paralizado cuando encontró en ella solo mucho dinero.

Era como encontrar la lógica a todo, como confirmar una realidad que le dolía día a día, pero no quería ver. Se fue a su cama y lloró toda la noche sin saber qué hacer. Tres días después, en una de esas madrugadas, la policía tocó las puertas de su casa, preguntó por su hijo y se lo llevó esposado, ante la mirada de los vecinos que salieron por los ruidos de los toques en la puerta.

Se lo llevaron empujado, mientras él solo la miraba y bajaba la cabeza avergonzado. Sabía que le esperaba mucho sufrimiento, mucha pena, un gran vacío, pero inexplicablemente sentía paz. Era la hora de cuidar su hijo, orar por él, visitarlo y esperarlo, para que viviera una nueva oportunidad.

El Nacional

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