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Mir  o el  olvido imposible

Mir  o el  olvido imposible

Pedro Mir fingió su muerte el 11 de julio del año 2000. Al pueblo sedujo la broma de poeta inmenso, cuya alma de gigante fraterno acompañaba el cuerpo postrado de un hombre sencillo ido a destiempo, pero quienes marchaban asidos a la simpleza de su féretro, estaban  conscientes de que asistían a un burdo simulacro.

El poeta que alcanzó su gloria, cuando en 1949 compuso el incomparable “Hay un país en el mundo (Poema Gris en varias ocasiones)”, jamás  aprendió a cederle paso a los terribles estertores de la muerte, y muchos menos a los atípicos pormenores que hacen del olvido una condena.

Había sí, fraguado al resguardo el estupor de sus peligrosas estelas, pero tras cada espanto o quebranto, salía airoso, aupado por la devoción del pueblo que lo sabía su reflejo.

Su obra conspiraba permanentemente contra el azar y contra el olvido. Esto así, porque untada de clarividencias, representó desde la cuna, “la esencia de la dominicanidad mancillada y la esperanza de un porvenir iluminado”.

 Cada texto de Pedro Mir es una apuesta de su fervor por los humildes y desheredados:

“Y este es el resultado,/el día luminoso regresando a través de los cristales/del azúcar, primero se encuentra al labrador./En seguida al leñero y al picador/de caña/rodeado de sus hijos llenando la carretera/Y al niño del guarapo y despúes al anciano sereno/con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,/y a la joven temprana cosiéndose los párpados/en el saco cien mil y al rastro del salario/perdido entre las hojas del listero”.

 Pero el gran poeta de San Pedro de Macorís (1913) no sólo retrató el dolor y la desprotección sufrida en los bateyes.

Su poesía canta y cuenta una épica, al tiempo que sirve de canal para denunciar e historiar los atropellos y las conquistas de los poderosos, en contrapelo de los derechos y la condición humana de los más desposeídos:

“¡Un dólar! He ahí el resultado. Un borbotón de sangre./Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento./Sangre en el efectivo producto de amargura./Este es un país que no merece el nombre de país./Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura”.

El poema “Hay un país en el mundo”, no es sólo singular, por ser hechura creativa politonal y polivalente, con trasfondo social y clarinada ideológica,  sino también, por haberse erigido en clave simbólica  del significativo proceso creador de un escriba vertebrado.

El eco producido tras su esperada  publicación, una vez dado a conocer en un pequeño recital académico, nos permite ejercitar nuestra imaginación,  pensando al poeta sumido en el trance involuntario que habría de inquirir el  viaje  hacia el corazón de la lengua y el alma de toda una  colectividad.

La trascendencia de Pedro Mir no sólo estriba en la coyunda provechosa de la inteligencia y la sensibilidad, sino también, en el hecho de haber  logrado potenciar su sentido de lo estético, con una demorada visión histórica, de particular raigambre   y emblemática conformación.

Mir veía a la literatura como una especie de  interface por la que ha de pasar el hombre si quiere transformar su entorno y enrumbar su destino.

Mir hallaba trazos humanos en todas las expresiones y presencias de La Naturaleza.

Así, arte y cultura devendrían símbolos decidores recurrentes -nada fortuitos-, que haciéndose acopio interior y verbal de  una revuelta interior, volvíanse emblemas convocantes de todo lo intuido, cantado y referido.

Mir era un esteta maravilloso y un teórico inagotable.

Su texto se convirtió -a expensa de sus reales expectativas-,   en la sólida cantera de un fulgor con pasado,  donde la dignidad y el estupor vertían sus afluentes como rezago de sus  anhelos, sus suplicios, sus aspiraciones y elucubraciones, reaccionando con temple en  forma de justicia, equidad y rebelión:

“Procedente del fondo de la noche/vengo a hablar de un país./Precisamente pobre de población./Pero/no es eso solamente./Natural de la noche soy producto de un viaje./Dadme tiempo/coraje/para hacer la canción”.

Correspondiendo a su pedido, le hemos dado a Pedro “todo su tiempo”, por eso sabemos que  fingió su muerte, para, de cuando en vez, resurgir invicto de las entrañas de nuestro imaginario.

El Nacional

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