Opinión

Miranda, Algarrobos y el amor

Miranda,  Algarrobos y el amor

Acampar luchando no es lo mismo que irse de excursión. Menos aun cuando es preciso enfrentar intereses corporativos como los de Xstrata Niquel-Falcondo, extensivos al poder de la Cámara Americana de Comercio, el CONEP y sus gravitaciones sobre el Estado dominicano.

Pero acampar luchando en la falda de Loma Miranda, a la orilla del río Jaguey, cerca del balneario de Acapulco, junto a la comunidad de Los Alcarrobos, ha sido algo extraordinariamente estimulante para mí.

Llevo aquí dos semanas, días tras días, minuto a minuto. Catorce días de campamento en los que las adversidades y el distanciamiento de la familia han sido parcialmente compensados por el amor que brota de este hermoso territorio y de sus cariñosos habitantes.

Así, la rigidez del piso o de los colchones sobre el piso…La precariedad de sanitario…La lluvia que penetra en las casas de campaña…Los trastornos que provocan cambios en la alimentación…Las complicaciones de la vida en común, con escasa privacidad…El río pedregoso como bañera y el chorro como ducha…Las amenazas de agresión y las tensiones nocturnas…Si bien tienen sus durezas, igual también sus encantos.

Encantos a los que se suman el amor que le profesan las comunidades lugareñas a sus espléndidas montañas, a sus ríos y manantiales cristalinos, a la pureza de sus aguas que le llegan gratuitamente por gravedad a sus aseadas moradas y las múltiples bondades de la vida silvestre.

Encantos que se amalgaman con la tremenda conciencia que exhiben respecto al valor del patrimonio natural de la nación amenazado por el capital transnacional, con el cariño colectivo que nos expresan, con su proverbial bondad impregnada de continuos gestos solidarios, con el inmenso afecto que en especial me han brindado días tras días… con el “aire acondicionado” de las noches y las madrugadas, con el tierno abrazo de las cristalinas y frescas aguas del río Jaguey, capaces de evaporar cualquier cansancio. Y ni hablar de la espléndida LLOVEDORA, cuyas gruesas y musicales lágrimas alegres son capaces de conmover hasta ciertos corazones duros y convencerlos de que este espacio sublime merece ser reconocido como parque nacional.

Pero más allá de esa realidad impactante, como venido del cielo azul que cosquillean las lindas montañas de Miranda, está el torrente de energía positiva que cruza nuestro campamento, que arropa las comunidades aledañas; torrente que emana del respaldo multitudinario de un pueblo que decidió defender lo suyo y asumir su territorio (suelo, subsuelo y sobre-suelo) como propio e inalienable frente a la persistente rapacidad destructiva de los grandes piratas del siglo XXI.

 

El Nacional

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