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Mitos y leyendas de tres generaciones de argentinos

Mitos y leyendas de tres generaciones de argentinos

No le ha ido tan mal a la Argentina con un racimo tan variado de mitos de la notoriedad deslumbrante de el Che Guevara, Evita Perón, Jorge Luis Borges y Carlos Gardel, que ahora cumple tres cuartos de siglo de su trágico fallecimiento.

Todos vivieron conforme a un estilo propio.

Los sentimientos verdaderos son, como la belleza, inalienables y infalsificables.

Estos ilustres y disímiles personajes tienen un vínculo común: todos afinaron la voluntad “con delectación de artista”, como precisara Guevara alguna vez en uno de sus escritos conocidos.

Alguien decidió, más bien con sorna sorprendente, que Gardel pudo haber deseado su muerte temprana para no tener que escuchar y ver a ciertos intérpretes modernos cómo destrozan el  amado tango.

Ese es un pasaje anecdótico que no le hace toda la justicia a su trabajo esforzado para aportar un filamento de luz al alma humana, poblada de  siniestros y de oscuridades.

El no pudo pensar así, pero el pasaje resulta risiblemente trágico. A unos les ha ido bien en la trama compleja de ese ritmo porteño.

Otros nunca debieron talvez intentarlo. Cada quien es dueño de sus logros y de sus errores.

 Lo  más eficaz en Gardel es el acento dolido y nostálgico que impregna en sus canciones. En cierto modo, Gardel y el tango son el espíritu argentino.

Más que cantar, su acento es el de un hombre que llora la canción emblema de su tierra.

La gente se identifica con los artistas que imprimen sentimientos genuinos a su trabajo.  Ese es el origen del mito y la leyenda.

Esas actitudes que exceden con mucho la pose y la actuación ocasional, han conllevado crucifixiones y condenas. Pero la verdad siempre se las arregla para reflotar y darse a respetar como un valor lleno de enormes virtudes.

Cristo es, por ejemplo, inmenso por el ejercicio de esa pasión indoblegable e insobornable.

La autenticidad, que suele escasear, está atada a los sentimientos de pureza, de compasión y de solidaridad propias de cierta calidad humana.

Evita lloraba ante las demostraciones de cariño de su pueblo y temblaba ante la idea  errónea de que actuaba  para la multitud.

El Che declaró que él era un revolucionario de los que arriesgaban el pellejo por sus ideas y lo demostró hasta la muerte.

La historia no se atreve a ignorar estos gestos de coraje y de generosidad humanas.

En Borges abunda el rigor del maestro, la vitalidad del hombre ilustre y la pasión del apasionado en la búsqueda de esencias.  La universalidad de al menos esos tres, Che, Borges y Gardel, es un hecho incontrovertido.

Todos demostraron claramente que  nadie puede actuar eficazmente de espaldas al pueblo.

Borges, por ejemplo, no se sentía atraído por el aroma de la multitud y se le nota más bien tímido, reservado y distraído.

(El dice, entre otras de sus excentricidades notorias, que La Cumparsita no es un tango y que yerran quienes lo creen).

Es un conservador político y en un revolucionario en la creación como asimismo un saqueador confeso de ideas que se justifica en la frase de que el trabajo de creación no le pertenece a nadie, sino ya a la tradición.

Lo que se diga de  Gardel, de su muerte, de su estilo de vida y sus amores, es material de escombros que sirve para decorar las crónicas ocasionales y aniversarias. Lo que se diga del tango nunca será lo último.

La declaración por la UNESCO del tango, nacido en el corazón de la melancolía de la barriada porteña, Patrimonio de la Humanidad, es justa y la merece la memoria desdoblada de Gardel.

El tango, como casi todo lo que nace de las manos artesanas del pueblo “llano” y del barrio no cortesano ni contaminado de protocolos inexactos, es un registro de pureza.

El Ché

De ellos, Ernesto Guevara de la Serna (Ché), se ha convertido en un ícono universal, siendo la figura más comercializada en el mundo. Hay quienes aseguran que la imagen del Ché sólo ha sido superada por la de Jesucristo.

El Nacional

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