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Muerte y esperanza en zona de Colombia donde nacieron y se desarmarán las FARC

Muerte y esperanza en zona de Colombia donde nacieron y se desarmarán las FARC

SAN MIGUEL, Colombia, (AFP) – El recuerdo de una niña que murió al explotar su casa está grabado en la memoria colectiva de San Miguel, un poblado de Colombia con fuerte influencia de las FARC, que anhela la paz y donde se concentrarán miembros de esa guerrilla mientras se desarman. Dos banderas blancas, casi frente a los escombros de la vivienda donde en 2014 murió la pequeña de tres años, dejan claro el deseo de esta comunidad campesina de que se concrete la paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas).

Cerradas las negociaciones de casi cuatro años entre gobierno e insurgencia en Cuba, los 300 habitantes de San Miguel esperan, con entusiasmo y también temor, que alguna de sus verdes y empinadas laderas pronto se conviertan en uno de los 28 puntos donde se reunirán los guerrilleros en su tránsito a la vida civil. “Lo que podría cambiar (con la paz) es mucho, porque ya no va a haber las amenazas de enfrentamientos, se va a poder vivir más tranquilo”, asegura a la AFP Yamid Garzón, presidente de la junta comunal.

Garzón, de 34 años y una de las 11.500 víctimas de minas antipersonas de Colombia, el segundo país -detrás de Afganistán- más afectado por estos artefactos, recuerda la explosión de esa casa como “lo más impactante que se vivió” por el conflicto armado en este caserío. Como el hecho ocurrió en medio de los diálogos de paz, aparentemente por un accidente de las FARC, golpeó más duro a la comunidad.

Campesinos por el “sí” a la paz

A San Miguel, situado en el municipio de Planadas, departamento de Tolima (centro), se llega por una serpenteante carretera de tierra. Es la zona que vio nacer a las FARC en 1964, producto de un levantamiento campesino, y donde desde entonces conviven civiles con guerrilleros. Garzón comenta que el principal temor de los vecinos es que “el proceso vuelva a fallar”, como en otras tres negociaciones con las FARC en 1984, 1991 y 1999, porque “siempre en las zonas así (donde se concentra la guerrilla) es donde se agudiza más el conflicto” después.

A Ismery Castañeda, de 46 años, le asalta otra preocupación que también ronda por el pueblo: que en el espacio que dejen las FARC surjan grupos afines a los paramilitares, que se desmovilizaron mayoritariamente entre 2003 y 2006. Ismery teme que estas bandas ataquen a los pobladores por haber convivido tantos años junto a la guerrilla. La influencia de las FARC se evidencia incluso en el cementerio donde reposan los restos de varios guerrilleros.

El pequeño camposanto fue fundado por el comandante “Teófilo” tras la muerte de su mujer, “Nelly”, mientras manipulaba explosivos a un lado de la carretera.

Hoy cuenta con una decena de tumbas, algunas con nombres y apellidos y otras solo con los alias de los muertos. Castañeda, quien asegura que por respeto a los fallecidos los lugareños limpian la maleza del cementerio, es de las que cree que la opción del “Sí” en el plebiscito por la paz, en el que el 2 de octubre los colombianos deben pronunciarse sobre los acuerdos con las FARC, “va a tener todo el respaldo” de los campesinos.

“Yo oigo por la televisión que la gente de la ciudad no quiere la paz, pero es que yo creo que el campesino es el que ha aguantado, el que ha sufrido toda la pena” y por eso no puede estar en contra, asegura esta mujer alta y fortachona.

“Zona roja” 
Para la comunidad “es un orgullo” que San Miguel “sea centro de concentración” de las FARC, dice Castañeda. No les asusta porque para ellos vivir junto a la guerrilla “es normal”.

“Ojalá al menos así, Colombia sepa que existe una vereda llamada San Miguel, porque la verdad por acá estamos muy abandonados por el Estado (…) nos consideran zona roja”, dice esta mujer, que hace 25 años tuvo que enterrar “lo que quedó” de su padre, asesinado por los rebeldes en una época de mucha violencia por el apogeo de los cultivos de amapola en esta región. La concejal Leonoricel Villamil, cuyo hijo murió en 2015 en un atentado que atribuye a paramilitares, comparte y profundiza los miedos y pedidos de los campesinos.

“No queremos seguir más señalados por el Estado como auxiliadores de la guerrilla”, dice a la AFP esta representante del partido de centro-izquierda Alianza Verde y quien parece conocer a cada habitante de la zona.

“Lo que todos exigimos y queremos como comunidad es que el Estado no abandone tanto esta región, porque somos los que hemos puesto a Colombia en alto con el producto del café”, asegura, señalando los sembradíos que se ven por doquier y pidiendo más inversión para vías, viviendas, educación y salud. Recibir a los guerrilleros es, para muchos en San Miguel, una oportunidad para el desarrollo después de tantos años de guerra, balas y dolor. AFP

El Nacional

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