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Nacionalismo de Donald Trump

Nacionalismo de Donald Trump

El presidente estadounidense Donald Trump exhibe un reiterado programa nacionalista enfrentando al poder de los poderosos banqueros de Wall Street y la gran prensa, que le reprochan por todos los frentes, sin ponderar ni una sola vez su medular propósito de restaurar la industria norteamericana y a los millones de obreros y técnicos que la integran.

El boom del crecimiento económico de China que los entendidos sitúan como la segunda economía planetaria antecedida por USA, es producto del desplazamiento de los grandes banqueros de Wall Street, Lehman Brothers, Khun & Loeb, Bearn Stearn, JPMorgan-Chase, Citi Bank, los villanos impunes que produjeron el crack de 2008, traídos a Pekín por el líder Deng Xiao-ping en 1990, movido centro de sus operaciones bursátiles, con el horcón de una clase obrera sin clase ni espacio para reclamar salarios justos, clave de “Una China, dos sistemas”, que postuló Deng Xiao-ping en 1992, con Wall Street arraigado en la Ciudad Prohibida.

No de otra manera podría interpretarse el ascenso meteórico y sorprendente de China escalar el segundo peldaño de la economía mundial en 27 años, al no existir antes, una estructura industrial ni comercial de consideración, aventada por los soportes señalados y la producción de centenares de millares de artículos de dudosa calidad, destinados a la demanda de los menos pudientes del mundo, que son los más.

Ahí se identifican primero la preferencia del gran público entre por ejemplo una olla de presión china, española, brasileña o norteamericana, escogiendo la china por su menor costo, y ahí está el detalle, porque siempre se ha sostenido que todo lo barato sale caro, inclusive las mujeres.

La segunda consiste en intentar identificar la marca de un refrigerador, aire acondicionado, vehículos, lava platos, lavadora, secadora, televisor, navaja de afeitar, pala mecánica, bulldozer, tractor, motocicleta, Made in China, sin conseguir ni una sola respuesta, baratijas para una empobrecida humanidad de un gran mercado, o viceversa.

El presidente Trump ha demostrado coherencia en este litoral nacionalista que fue la base fundamental que lo condujo, sin experiencia política alguna, a la Oficina Oval más determinante del mundo, donde se pautan en grandes proporciones, el destino no sólo de Estados Unidos, sino de una porción considerable de la humanidad.

El presidente Trump concibe para obtener su estrategia fundamental , recuperar la industria estadounidense trayéndola del exterior, y construir un muro en la frontera con México, que ha recibido una repulsa de la comunidad internacional, no sólo de México, para controlar lo más posible no a infelices indocumentados que tratan de ingresar a Estados Unidos, sino de ponerle control al desbordado narcotráfico que se trasiega por la frontera mexicana hacia el más grande mercado de consumidores de estupefacientes del mundo, el primer gobernante norteamericano que se atreve a desmantelar ese tráfico perverso y letal, que arruina el porvenir de millones de jóvenes norteamericanos, y peligra el futuro del único y último gran imperio de la historia.

El Obamacare que Trump persigue eliminar y que no ha conseguido por oposición congresional, conforme a su concepción, es una mascarada que favorece a minorías parasitarias, que desangra otros programas de mayor alcance médico.

Esos son los temas nodales que el presidente Trump intenta superar, enfrentando a Wall Street y una prensa adicta a los poderes tradicionales económicos fácticos que cuestionan la misión esencial del periodismo de compromiso con su país, y recuerdan la época gris de William Randolph Hearst cuando apoyó la piratería de Estados Unidos en la guerra hispanoamericana de 1898 que despojó a España de sus posesiones de Puerto Rico, Cuba, Filipinas y la isla de Guam, liquidando el imperio español de cinco siglos, y las trapacerías de Henry Ford con sus obreros y erigirse como el árbitro de la industria automotriz norteamericana.

Afganistán, Kin Yon-un, Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu y el Estado Palestino son herencias que Trump arbitrará con la asesoría del jefe de su Gabinete, el general de cuatro estrellas retirado John Kelly, que ha impuesto la disciplina en la Casa Blanca, y entiende que el problema migratorio es prioridad resolver con la vuelta al país de los indocumentados, conforme es la consecuencia de Gran Bretaña salir de la Unión Europea por resistirse a la inmigración sin control, y la idéntica política del presidente Viktor Orbán de Hungría, saturado de inmigrantes magrebíes, que lo enfrenta con la UE y le tildan de dictador por controlar el desborde migratorio a su país.
Es lo que el notable periodista español Juan Luis Cebrían, director del madrileño diario El País, preconiza: “Si los medios pierden el rigor, la democracia caerá en manos populistas”.

(El País 4 de julio de 2017), en alusión directa a la prensa que promueve intereses espurios, en vez de causas nacionales.
Es un símil del inolvidable y referencial periodista Rafael Herrera, cuando alguien que no conocía le llevaba un artículo para publicar, le inquiría: “¿Tú defiendes intereses, o causas?”.
El general Kelly, inclusive, en su reciente visita al país, sustentó que RD no puede cargar con los problemas de Haití.
La política de control migratorio ha conducido al presidente Obama a ejecutar el programa SB4 que obliga a las autoridades estatales a colaborar con la identificación de once millones de indocumentados, bloqueada el 30 de agosto de 2017 por el juez federal Orlando García, de San Antonio, Texas.

Conforme es posible identificar, el presidente Trump camina por un trayecto pedregoso de grandes y añejos intereses factuales para restaurar la clave industria norteamericana y regular el ingreso de indocumentados, dos piezas claves que decidirán no sólo una posible reelección, sino dos piezas de la maquinaria de la grandeur de Estados Unidos, ante sus paisanos y el mundo.

El Nacional

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