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Narrativa: La poética del cuento

Narrativa: La poética del cuento

Creo en el cuento que se escribe de una sola vez; aquel escritor que es capaz de colocar cada pieza del juego en su lugar y es capaz de crear un universo en la memoria del lector, hasta hacerlo vacilar entre la realidad y la fantasía

Toda narrativa es una trampa. Si apelamos desde el principio a una actitud lingüística, meramente creativa y estética, lo es. Es por esta razón que la narrativa del siglo XX y sobre todo la latinoamericana ha estado desde el principio, matizada por un lenguaje sugerente. Cierta mezcla de poesía y narración o más bien lo que el mexicano Octavio Paz se atrevió a definir como “maridaje”.

Esto es precisamente lo que han planteado los maestros del género y como lo ha demostrado la mejor tradición de la cuentística latinoamericana; crear un vínculo necesario entre escritor y lector, de manera tal que este último se sienta involucrado directa o indirectamente en la trama.

Si este acontecimiento no tiene la menor importancia para el lector, el cuento, en este caso, no tendría razón de ser. Por eso estoy con Julio Cortázar: Creo fielmente en el cuento que se escribe de una sola vez.

Aquel escritor que es capaz de colocar cada pieza del juego en su justo lugar y es capaz de crear un vasto universo en la memoria del lector, hasta hacerlo vacilar entre la realidad y la fantasía. No en vano la lectura de cuentos provoca otra manera de pensar, una forma estética de ver el mundo.

La importancia del vínculo entre el escritor y el lector es parte de la trampa de la que hablé al principio, porque se crea una especie de conciencia crítica que a la vez, va tomando cuerpo a través del desarrollo de la trama.
El aura poética de la que debe estar dotado todo buen cuento, no nace de un estudio, ni de un cálculo frío de la técnica narrativa. Tampoco nace de la selección ideologizada, de temas, hechos y motivos.

En este caso, el escritor debe partir de la experiencia personal y evocar a los viejos fantasmas con los cuales ficcionaliza e inventa. No debe imponerse una técnica porque ella subyugaría el efecto creativo.

Contrario a las viejas teorías, el cuento no se planifica. La técnica nace en el acto creativo, ella permea todo el mecanismo de la ficción, porque está presente en las palabras y en el discurso narrativo. Para el buen cuentista no se eligen motivos, son los motivos los que eligen a los buenos escritores.

El propio Bosch dio testimonio de esto cuando se sentó a escribirle una carta a un amigo y lo que escribió fue “La Mujer” una pieza de inigualable valor literario en el panorama latinoamericano.

El lenguaje del cuento debe ser sugerente desde el principio y debe reunir todos los elementos y visuales posibles. Un cuento puede ser una especie de poema que cuenta ya que tienen la misma génesis, dijo Cortázar. Por lo tanto la espontaneidad y la pasión con la que se asume el acto creativo lo van a dotar de un vínculo humano que aparecerá de inmediato expuesto en las páginas.

El buen cuento debe ser como una bola de cristal, es un juego al azar dentro de una gota de agua. Esa transparencia es la trampa, sus fibras nos permitirán entrar y salir del juego.

Es precisamente ahí, donde se inicia la historia, en esa bola de cristal en la que los personajes luchan a muerte por aspirar el último soplo de oxígeno. El cuentista debe en este caso, entrar en la masa de cristal y tratar de contar la historia desde dentro, desde sus fueros interiores, solamente así será posible el vínculo humano con el hombre que cuenta la historia.

Sólo de esa manera será posible alcanzar la vitalidad para un lector que termina en ascuas y boquiabierto porque la exactitud del lenguaje y la verosimilitud de la trama lo han deslumbrado.

El cuento debe nacer de la sinrazón. Debe ser hijo de una catarsis profunda y una metamorfosis que al cuentista le haga temblar y delirar en el papel. ¿Cuáles son pues las características de todo buen cuento? Aquel que nos perturba y nos asalta la razón, aquel que dotado de una condición humana nos conmueva y nos coloque en una disyuntiva, cuyos efectos nos hagan reír y llorar; aquel cuento capaz de crear espacios de pensamiento.

El verdadero cuento, el cuento clásico, me refiero debe crear una ceremonia secreta entre escritor y lector. Un acto de amor que parezca inmolación y sacrificio. Debe ser un rito de fuego violento, que desgarre el alma de los lectores, que lo haga vibrar, que parezca una huella grabada, como una “mancha indeleble” en la memoria de los lectores.

En América Latina hay cuentos inolvidables, por su carácter de clasicidad. Siempre habrá que recordar a “Las ruinas circulares” de Borges, “El guardagujas” de Juan José Arreola; “La mujer” de Juan Bosch, “La noche bocarriba” de Cortázar, “Bienvenido Bob” de Juan Carlos Onetti, “La gallina degollada” de Horacio Quiroga, “El balcón” de Felisberto Hernández, “El llano en llamas” de Rulfo, “El árbol” de María Luisa Bombal,

“La trama celeste” de Bioy Casares, entre otros. Estos cuentos son inolvidables por su juego perturbador, y porque hay en ellos una significativa carga de emociones que taladran los sentidos y el alma de los lectores.
El autor es escritor

El Nacional

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