Escribo un email, mientras miro la T.V., a la vez que mantengo una conversación telefónica, en lo que acaricio a mi gato con el pie. ¿Atención privilegiada ó experto en la práctica de multitareas?
O ninguna de las dos.
Cuando nos encontramos en estado de tensión, en nuestro cerebro ocurre un conglomerado de funciones complejas que comenzando en el hemisferio derecho se extiende hasta conformar redes neuronales que nos capacitan para poder “atender”.
Sobran definiciones que estudiosos de la atención han concebido, pero prefiero seguir equiparando ésta importante función cognitiva con un filtro y una lupa. Debido a que la cantidad de información que recibimos excede a la capacidad de nuestro sistema nervioso para procesarla, contamos con un “filtro” con el que regulamos la información recibida y una “lupa” de focalización, para concentrarnos en aquello que consideramos prioritario.
Es por ello que podemos mantener una conversación en medio del bullicio de una fiesta (atención selectiva, el filtro) y somos capaces de seguir la trama de una película de dos horas (atención sostenida, la lupa). Una tercera clasificación de la atención es la “dividida” que más que dividir, nos permite intercambiar de objeto atencional a una velocidad de una o dos décimas por segundo.
Aunque nuestro cerebro está capacitado para ejecutar éste tipo de atención de manera casi simultánea, a medida que las actividades aumentan en cantidad y tipo, éste se ralentiza y termina manifestando una “atención parcial continua”, en la que el foco de nuestra atención no reside en nada concreto, aunque estamos realizando varias actividades a la vez, dando como resultado, un buen número de actividades realizadas de manera deficiente y reducida. Es lo que ocurre con el fenómeno muy en boga de la capacidad de multitarea.
La capacidad de multitarea es positiva, siempre y cuando las actividades realizadas no compitan entre sí para obtener nuestro máximo nivel de atención, del que depende la optimización en nuestro desarrollo diario.
