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El Masacre  se pasa a pie

Doscientas páginas le han sido suficientes a Freddy Prestol Castillo para dejar constancia de la extrema manifestación de barbarie perpetrada por el dictador Rafael Trujillo contra la población haitiana establecida en el territorio nacional. Es una novela testimonial, demostrativa, además, del compromiso del escritor con la verdad, con las circunstancias que lo rodean, aunque se trate de una obra de ficción lo que haya escrito.
Si el asesinato de miles de personas – se ha hablado de diez mil y se ha hablado de más- sin importar edad o sexo, no remueve la conciencia colectiva, tiene que encontrar cabida en la voz de un escritor, al menos un aspirante entonces a novelista.
El Masacre se pasa a pie, escrita a puerta cerrada, guardada secretamente por el autor, luego por un sacerdote y más tarde escondida bajo tierra por la madre de Prestol, doña Hortensia Castillo, salió rasgando el alma del joven abogado radicado en Dajabón en busca de iniciarse en su carrera, desde el puesto de juez de instrucción. El novelista recelaba de todo el mundo, los efectos de la matanza le resonaban interiormente:
“Nuestro país tiene un dogal de hierro afianzado a la garganta y sobre cada cabeza está el hacha del verdugo! ¿Quién es el verdugo?… Cualquiera! Este o aquél primero delator. Después cualquier mocetón de campo, que abandonó las tierras en busca de mejor suerte y que ahora tiene una nueva misión de carnicero: Matar a su hermano, a su padre, a su amigo”.
En octubre de 1937 el tirano recibió la queja de que los emigrantes haitianos robaban reses y productos agrícolas en la zona fronteriza. En ese mismo mes, al ejército se le dieron órdenes de identificar a todos los haitianos y fusilarlos, fingiendo en principio que el propósito fuera devolverlos a su país de origen. Los reunían en sitios apartados y allí los pasaban a cuchillos, sin reparar en que se tratara de hombres, mujeres, niños o ancianos.
Cuando se percataron del engaño y las ejecuciones criminales de los guardias, los haitianos se dieron a la huida, pero la otra orden de Trujillo era matarlos donde los encontrasen. A la cacería se unieron autoridades civiles, dueños de fincas y alcaldes pedáneos.
Algunos cinco días duró la acción exterminadora. Las crónicas históricas señalan que finalizó el 8 de octubre de 1937. Más tarde, los escasos sobrevivientes fueron expulsados hacia Haití.
Este breve pasaje ilustra la situación:
“Marcelle, haitiana. Escapada del Corte. Lava en el Masacre, el río internacional pequeñito. Junto a Marcelle está, sarnoso, el perro Pití. Perro haitiano, corredor, fugitivo, leve como la hoja seca del chachá. Marcelle no ha sabido nada de sus padres, desde la fuga”. (pág. 29).
Prestol hacía magia sobre el dato histórico para transformarlo en sustancia poética:
“Río claro; a veces ocre, a ratos verde. Otras, río tinto. Río con secretos, Masacre”. Hay una constante evocación al nombre del río vinculado con la pavorosa acción perpetrada tras la orden demencial del tirano.
El novelista se involucró tanto en el relato de estos hechos, que por momentos su obra se torna autobiográfica. El primer párrafo, por ejemplo, es una evocación de su niñez escolar, traída a cuentos para ubicar la trama de su novela:
“El maestro había pronunciado una palabra rara: Dajabón…Se refería a una aldea lejana de mi país. Era en la clase de Geografía Patria, y tratábase de límites entre la República Dominicana y la República de Haití”. (Pág.17).
El Masacre se pasa a pie es una obra estructurada a partir de la ortodoxia novelística, en la que el autor hace perfecta combinación de realismo y sentimiento, y en la que es notorio el empleo de recursos literarios propios, incluso de la poesía, que hace su estilo novedoso y figurativo:
“Los puñales continuaban la siega, como en una vasta era. Los segadores eran mozos del campo que antes de soldados habían aprendido en sus aldeas a destripar verracos. Toda esa arte surgía ahora, trágica, implacable.” (Pág. 32).
Algunos tipifican esta novela como histórica, sin embargo, la presencia de personajes simbólicos (capitán Ventarrón, sargento Sigilio, Sargento Tarragona, Sargento Pío…) le resta esa condición aunque la obra se inserte plenamente en la categoría de realista. Lo mágico y lo poético se imponen a lo histórico:
“Y…seguía la música sorda de los puñales bajo el sol, mientras huían, asustadas las abejas de los apiarios”. (pág. 32).
Creo que por su contenido esencialmente verídico, por la forma en que el autor cuenta los hechos y la riqueza estilística que la caracteriza, ninguna lectura sobre el genocidio de 1937 será más emocionante que El Masacre se pasa a pie.
El autor ha tomado esta macabra ocurrencia para edificar un monumento literario que testimoniará por siempre la desorbitada capacidad de maldad de ese engendro infernal que se llamó Rafael Leonidas Trujillo.

El Nacional

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