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ORTO-ESCRITURA

ORTO-ESCRITURA

El diccionario  y la comprensión  de las palabras

 

 

El jueves 5 de febrero de 2015 fue presentada en Santo Domingo la 23ª edición del Diccionario de la lengua española, mediante un acto organizado por la Academia Dominicana de la Lengua y la editorial Planeta. En la ocasión hablaron el director de la Academia, Bruno Rosario Candelier, los académicos María José Rincón y Manuel Núñez y el autor de esta columna.

De un discurso de 3,700 palabras (12 páginas) presentaré en dos entregas un extracto de mil palabras.

Comenzaré resaltando la primera nota agradable que he encontrado en la nueva versión del Diccionario. Me refiero a la variación introducida en la definición de la palabra /dominicano/. Veamos:

1. adj. Natural de la República Dominicana, país de América, o de Santo Domingo, su capital. U. t. c. s. 2. Perteneciente o relativo a la República Dominicana, a Santo Domingo o los dominicanos. 3. adj. dominico (?integrante de la Orden de los Hermanos Predicadores). U. t. c. s. 4. adj. dominico (? perteneciente a la orden de los dominicos).

La unidad de nuestro idioma, es decir la máxima aproximación entre los hablantes, en cuanto al valor semántico de las palabras, así como a su escritura y pronunciación, constituye una prioridad para los integrantes de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que con la sabia orientación de la Real Academia Española, ha preparado este poderoso código de sustentación de nuestro idioma.

El DLE es un instrumento fundamental para afrontar aspectos tales como la propiedad y la corrección del lenguaje.

Nadie ha de ignorar que la lengua hablada es un fenómeno casi natural que se adquiere por el contacto familiar y social, pero el manejo de la lengua escrita resulta de un proceso de aprendizaje en el que la escuela y el interés y disposición del propio individuo juegan roles determinantes. Podría decirse que el habla es un regalo que recibe el ser humano, pero que la escritura se gana, es resultado de un trabajo.

La escritura supone al menos un grado de complejidad respecto del uso sobrevivencial de la lengua, con el que se procura y alcanza solucionar situaciones inmediatas y elementales.

Son suficientes las razones para apreciar la invención de la escritura como uno de los hitos más importantes en la historia de la humanidad, por lo cual lo que se llama historia inicia precisamente a partir de la aparición de la escritura.

En el uso del idioma, la modalidad oral se favorece de la escrita, en casos por ejemplo como las normas que rigen los signos convencionales y ortográficos, que sirven a la pronunciación de las palabras y a la adecuada entonación de las frases.

Es por esto que puede afirmarse, sin temor a yerro, que ambas formas de expresión se complementan. Si atendiéramos a las normas que rigen la colocación del acento en las palabras, por poner un ejemplo, menos hablantes convertirían en esdrújulas a tres palabras llanas terminadas en vocal, a las que no se marca tilde. Me refiero a mendigo, avaro e intervalo.

La norma gramatical no la inventa el Diccionario, sino que se extrae del uso de la comunidad de hablantes. Del “Diccionario Panhispánico de Dudas” sustraigo un concepto de norma que me parece ha de venir bien a todos. La define así: “Conjunto de preferencias lingüísticas vigentes en una comunidad de hablantes…” (DPD, 2005, Pág. XIII).

De ahí el justificado afán de los académicos por la unidad del idioma, que consiste en que todos llamemos las cosas por el mismo nombre y que representemos gráficamente la palabra respectiva con los mismos caracteres en cada región hispanohablante.

El Nacional

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