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ORTO-ESCRITURA

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Actitudes burlescas frente al idioma

 

Una compañía telefónica, dirigida por gente que se presume inteligente, y que utiliza los servicios de profesionales competentes formados en las áreas para las que han sido contratados, paga publicidad en los diarios, coloca grandes rótulos en el frente de sus edificios y en vallas anunciadoras, y en cada caso escribe una oración que inicia con minúscula: “llévate tu Nokia a mitad de precio con Fidepuntos”.

Esta última palabra, que es una creación mercadológica de esa compañía, está escrita con mayúscula inicial. Y también aparece con mayúscula inicial la palabra “Prepago”, en otra frase imperativa que comienza con “llévate” en minúscula.

Las erosiones al idioma son frecuentes en la publicidad comercial. Desde antaño se han producido como un recurso para llamar la atención, en uso de lo que los creadores publicitarios llaman “frases gancho”.

Esta práctica significa, a mi modo de ver, una burla, pues se incurre en un desconocimiento adrede de las normas que regulan nuestra lengua, ya que quien escribió ese mensaje y los jefes de la empresa saben desde su niñez que el inicio de todo escrito demanda letra mayúscula.

Hay tres actitudes bien notorias frente a la ortografía. La primera es la burlesca, ya citada, en la que participan también algunos escritores, quienes habiendo alcanzado un nivel óptimo de manejo de la lengua, expresado en obras literarias, ensayos y artículos de prensa, lanzan proclamas contra las reglas del idioma y endilgan a la lengua española la cualidad de engorrosa.

Por ejemplo, Gabriel García Márquez, excelente novelista y periodista, orgullo de la literatura hispanoamericana, incurrió alguna vez en la temeridad de menospreciar, mediante declaración pública, las normas que ordenan nuestra lengua, sobre todo escrita, a la vez que criticaba aspectos que forman parte del carácter del idioma español.

La segunda actitud notoria relacionada con la escritura del español se encuentra en una inmensa masa de población de escasa escolaridad, la cual se sirve del idioma sin saber nada acerca del mismo. ¿Qué puede importarle a esa gente si “extranjero” se escribe con /j/ o con /g/ o si “favor” se escribe con uve o con be?

¿Les importa si sus letreros tienen signos de interrogación o entonación? No, pero en su cotidiana oralidad colocan el énfasis de acuerdo a su necesidad comunicativa. Los rótulos que escribe la gente común son magníficos indicadores de esta situación.

Una tercera actitud se encuentra entre quienes afanan y sufren la preocupación por el uso correcto de la lengua. Este grupo, al menos pregunta cómo se escribe tal palabra, consulta el diccionario y se fija cómo lo hacen aquellos que realmente saben escribir.

Pero hay que advertir que este tercer grupo está conformado por varios segmentos: entre ellos está un primer segmento que exhibe dominio de la lengua, en todos sus aspectos, en el que entran los académicos y los buenos escritores.

Una capa más gruesa que la anterior la forman profesores de lengua española, periodistas y otros profesionales que buscan mejorar su calidad en el uso del idioma, porque están conscientes de que la ortografía es una carta de presentación.

Y por último, los estudiantes, un sector de la población que está en ciernes en cuanto a su preparación para servir a la sociedad desde una labor calificada y que implica, desde luego, el desarrollo de las competencias comunicativas.

El Nacional

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