No es como inicia, es como termina. Baltasar Garzón se dio a conocer mundialmente por su iniciativa judicial, en enero de 1998, para el arresto en Inglaterra de Augusto Pinochet, antiguo dictador chileno, responsable de millares de muertes. Garzón cobró fama y se le percibió como un gran defensor de los derechos humanos.
Sin embargo, en sus visitas a República Dominicana (¿visitas de trabajo o de paseo?) ha decepcionado a mucha gente por defender causas indefendibles, desde el punto de vista ético, y por inmiscuirse en asuntos políticos domésticos que no atañen a ciudadanos extranjeros.
En los últimos días se le ha visto muy activo, en los medios de comunicación social, denunciando la gran violación a los derechos humanos que se comete en el país, al mantener en prisión a Luis Álvarez Renta, acusado de lavado de activos en el multimillonario fraude de Baninter.
Garzón alega que Álvarez Renta cumplió los diez años de condena. Y depositó una instancia en la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, para que su corte conozca la supuesta violación, pero no ha dicho en calidad de qué defiende a un empresario que, conforme a una sentencia judicial, ocasionó daños criminales a este empobrecido país.
Ya tuvo la osadía de defender a Leonel Fernández, en torno a irregularidades cometidas en Funglode en desmedro del Estado, donde Guillermo Moreno aporta pruebas irrefutables. Ahora hace una sospechosa defensa a Álvarez Renta. Garzón empezó bien con el caso de Pinochet, pero su conducta está trillando otro rumbo.