Cada vez más, me convenzo de que este mundo es muy chiquito y que -en cualquier momento o circunstancia- nos encontramos con algunas cosas que nos mueven los más sanos sentimientos.
Antes de relatar el porqué de este escrito debo apelar a la indulgencia de mis queridos lectores porque me veo en la necesidad de tocar un aspecto muy íntimo que viví el pasado sábado seis de agosto en la ciudad de San Pedro de Macorís.
En esa ocasión, la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) celebraba la primera investidura de nuevos profesionales formados en su Centro que opera en La Sultana del Este.
Confieso que -al margen de que se marcaba un hecho académico para la historia- me sentí como cuando, en un acto que la empresa automovilística Peugeot efectuaba en el Monte Sinaí, algunos periodistas presentes hablaron elogiosamente de la República Dominicana.
Mi alegría radicó en que, durante la graduación de los primeros 16 profesionales educados en esa sede uasdiana, le tocó decir el discurso de bienvenida a un joven maestro que es quien dirige ese órgano de la más antigua universidad del continente americano.
El responde al nombre de José Flete Morillo e hilvanó un elocuente discurso que provocó encendidos elogios, además de destacarse como un trabajador incansable, calificado y honesto exponente de los productos cosechados por las nuevas generaciones del funcionariato de la Primada de América.
Su labor en el seno de la colectividad petromacorisana, es tal que el propio rector Iván Grullón Fernández tuvo palabras de admiración y reconocimiento a la ingente tarea desarrollada por Flete Morillo en pos de que el Centro UASD-SPM sea el vehículo idóneo para que los jóvenes de la Serie 23 alcancen la movilidad social a través de su formación académica.
