Opinión

Pederastia

Pederastia

 Recuerdo, hace años, el abusivo acoso de un niño en uno de los principales colegios de la capital. Su familia quiso llevar su rabia hasta las últimas consecuencias, pero los obstáculos resultaron mayores que su indignación. Protección y miedo en todas las puertas que se tocaron. La única respuesta capaz de ofrecer la complicidad de las autoridades religiosas del centro educativo, fue el descaro de un traslado a otro recinto. Allí, el atropello, como era lógico suponer, asestó nuevas estocadas.

 Esto me reafirma la creencia de que se trata de una añeja práctica a lo interno de la iglesia católica, la cual ha sido miserablemente ocultada, en muchas ocasiones atiborrando de plata la tragedia de frágiles víctimas que no pueden resistir la presión ante esa otra manifestación de violencia a través de la cual se tasa su silencio.

 Esa atrocidad, junto a otras, forma parte del lúgubre catálogo de escándalos que ha estremecido la iglesia y que se erigieron en los resortes que impulsaron la decisión de renunciar del Papa Benedicto XVI, ante su evidente imposibilidad de combatir, en sus disminuidas circunstancias, semejantes monstruosidades.

 La novedad de la situación actual es la evidente política de no tolerancia que se ha instalado en el Vaticano desde la asunción del Papa Francisco. El asunto está siendo enfrentado con tal vehemencia y voluntad, que no es descartable que en los procesos judiciales que se puedan abrir en el país figure entre los imputados nada más y nada menos que quien hasta hace poco fungió de representante de la Santa Sede, lo que constituiría un hito en el turbulento mundo diplomático.

 No existen dudas de que Francisco, dotado del vigor físico y ético requerido para tan ingente tarea, marca la diferencia. Eso no quiere decir que haya abandonado su condición de sacerdote conservador, por lo que no es realista suponer que su cruzada pueda implicar la culminación de temas esenciales de la iglesia que, como el tan burlado celibato, está en el epicentro de los motivos de esta hecatombe moral.

 La pederastia, si bien es cierto es, por razones obvias, el más detestable de los crímenes en los cuales están involucrados sacerdotes, no se trata del único, y hay que estar advertidos sobre la utilización de esta coyuntura por parte de personajes que aun no abusando de menores, están desprovistos de calidad para asumir un discurso pretendiendo simular lo que están lejos de ser.

El Nacional

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