Opinión

Pérdida de valores

Pérdida de valores

Al clausurar la sesión semestral del Parlamento cubano, el presidente Raúl Castro definió de doloroso “el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás” que corroen una sociedad que podía hacer galas de su cohesión.

“Conductas –dijo- antes propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de palabras obscenas y la chabacanería al hablar han venido incorporándose al modo de actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad”.

Antes que pueda ser demasiado tarde, las autoridades cubanas se han tomado en serio el problema de la pérdida de valores, porque saben las consecuencias. Y esa preocupación debe servir de ejemplo a países como República  Dominicana, donde, desde que la acumulación de dinero y bienes materiales se institucionalizaron como símbolos del éxito, la formación profesional, el trabajo productivo y la convivencia pacífica y civilizada han quedado como un anacronismo, propio de frustrados, amargados y románticos.

Por aquí los malos ejemplos se han convertido en normas prácticamente legitimadas por la ley del menor esfuerzo en materia de movilidad social, como si el fin justificara los medios. Para las autoridades cubanas, que solo conocían las precariedades económicas, la crisis moral y cívica constituye, más que una señal de alarma, un verdadero desafío para el sistema.

Pero en países como República Dominicana, donde la crisis moral no cuenta, puede que no haya más que resignarse Sobre todo cuando no se advierte la menor señal para fortalecer las instituciones y, por ende, el sistema de valores. La máxima que prevalece como cultura es, sin que nadie se engañe, de hacerse rico a la mayor brevedad, con el menor esfuerzo y a como dé lugar.

El Nacional

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