Opinión

Perdido el encanto

Perdido  el encanto

Las crecientes protestas en Nicaragua que han dejado más de 50 muertos marcan el fin de la filosofía del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Con tal de preservar el poder, los sandinistas, liderados por el presidente Daniel Ortega, no han vacilado en reeditar los sangrientos métodos que enarbolaron para combatir con las armas y derrocar la dictadura de Anastasio Somoza.

Bastó que sectores populares tomaran la calle en rechazo a una reforma de la seguridad social dispuesta de manera unilateral para que el Gobierno respondiera con una cruenta represión.

Lo más cómodo, como se ha visto con la respuesta del Gobierno de Venezuela frente a las movilizaciones populares, es atribuir la insatisfacción social a un supuesto plan desestabilizar del imperialismo y la derecha, obviando que la crisis tiene entre sus causas la apropiación y repartos de los bienes entre una claque que incluye a empresarios en desmedro de la producción.

Tan seguro estaba Ortega de su estrategia que se permitió, en las últimas elecciones, llevar a su esposa Rosario Murillo como compañera de fórmula.
Ortega, que también se congració con la Iglesia católica prohibiendo el aborto y concediéndole prerrogativas, lo calculó todo para permanecer en el poder con su fachada de izquierda. Lo que no calculó fue que sin recursos no hay encanto que perdure.

Sin plata y sin tener a quien recurrir, pues ya Venezuela no puede seguir subvencionándolo y sus amigos de China no han pasado de promesas y más promesas, el encanto se ha perdido y los estallidos sociales no se han hecho esperar. Los sandinistas han tenido tiempo más que suficiente en el poder para introducir reformas que garanticen el desarrollo, pero no lo han hecho por no arriesgar el botín.

Si un país rico como Venezuela es devorado por una devastadora crisis económica hay que suponer lo que le espera a Nicaragua si no mejoran las condiciones de vida de sus residentes y Ortega insiste, cómo su cófrade Nicolás Maduro, en permanecer en el poder a las buenas o a las malas.

El pueblo que ha tomado la calle, que no está dispuesto a dejarse engatusar por cantos de sirenas, ya se hartó y desencantó de esos buenos muchachos, ahora más que ha visto sus garras, que conquistaron el poder animados de las mejores intenciones.

La corrupción, la represión y la ambición de poder constituyen hoy los símbolos del sandinismo, los mismos que paradójicamente enarboló para combatir a la siniestra dictadura de Somoza.

Mientras a Ortega se le agota la capacidad de maniobra para sorpresa suya se ha encontrado con que sus Fuerzas Armadas disienten de la represión para amedrentar a la población.

El Nacional

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