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Periodista melómano y computadora traviesa

Periodista melómano y computadora traviesa

Cuando leí el programa del segundo concierto de la Temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional, quedé gratamente sorprendido.

Se debió a que los dos principales actores del evento eran dominicanos: el violinista Antonio Rincón, uno de los primeros violines de dos orquestas sinfónicas del estado de la Florida, y el Director Asociado y violinista de nuestra máxima agrupación musical Guillermo Mota Curiel.

Como los lectores de este diario conocen, escribo sobre algunas de las actividades artísticas que se celebran en el país, lo que hice acerca del mencionado concierto, que se celebró en el Teatro Nacional, el pasado día 24 de agosto.
Tres o cuatro días antes del acontecimiento sinfónico envié un artículo sobre el mismo, del cual sólo llegaron al periódico siete de sus doce párrafos.

Debido a ese percance no se publicó lo que escribí sobre dos de las piezas del programa, La Gran Pascua Rusa, de Rimsky Korsakov, y la Suite Romeo y Julieta, de Prokofiev.

Afortunadamente, entre lo publicado apareció mi vaticinio de que el currículo del violinista Rincón le otorgaba la destreza necesaria para asumir el reto de interpretar el concierto para ese instrumento de Aram Khathaturian.

Me alegró el hecho de que la Sala Carlos Piantini estuvo casi llena, aunque un amigo me dijo poco antes del inicio del concierto, que esta circunstancia podría alterar los nervios del solista de la noche.

El intérprete, de baja estatura y figura esbelta, entró al escenario con paso firme y muy erguido, dando la impresión de ánimo firme y confianza en su dominio del instrumento.

Cuando sonaron los primeros acordes del violín, constaté que el sonido de la orquesta a ratos casi inaudible al protagónico instrumento de cuerdas.

Pero cuando esa delicada situación cesó, las notas surgidas de la presión de los dedos del reputado músico criollo alcanzaron la belleza impregnada de sentimentalismo de la obra del autor ruso.

A tres hermanos afectivos melómanos la misma idea nos cruzó por la mente, que fuimos Carmen Heredia de Guerrero, Luis Scheker Ortiz y yo.

Cabe destacar que cuando salía del teatro, vi a la hermosa pareja formada por Luisito y su esposa Raulina, y el destacado beisbolista de años juveniles me dijo: imagina lo que hubiera sido este talentoso jovencito hoy, si en lugar del modesto violón que utilizó, hubiera contado con el apoyo de un Stradivarius.

Cuando comenté la frase con la escritora sobre temas artísticos, me dijo que nuestras mentes habían estado conectadas, y me dijo que citaría esa opinión en su columna del periódico Hoy, lo que hizo con la acostumbrada belleza de sus escritos.
Algo que alienta a los aficionados de la música sinfónica es ver el futuro auspicioso que se vislumbra en actuaciones brillantes de solistas y directores jóvenes, como Antonio Rincón y Guillermo Mota Curiel.

Este último, de briosa batuta y expresividad intensa, cautivó al público, y vi más de un espectador asentir con la cabeza en gesto de admiración, y al concluir la función escuché numerosos comentarios elogiosos sobre su actuación.

Lo expresado hasta aquí es parte de la armoniosa labor conjunta del director de nuestra sinfónica, el maestro José Antonio Molina, de esa exquisita dama que es Margarita Copello, presidenta de la Fundación Sinfonía, y el director del Teatro Nacional, Niní Cáffaro.

Sin embargo, como a mi condición de melómano, uno la de periodista, le voy a sugerir a esos notables del arte dominicano, que las próximas temporadas sinfónicas contengan más conciertos en sus programas.

Y que no resulten tan espaciados, porque ya contamos con una buena cantidad de aficionados de esta vertiente del arte musical, que asistirán mayoritariamente a las salas de espectáculos donde se realicen los conciertos.

Esta petición la externo con espíritu optimista, porque está dirigida a una trilogía de almas sensibles, y con demostrada vocación de servicio.

El Nacional

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