Opinión

Pinceles de trueno

Pinceles de trueno

En esta tarde de agolpamientos nubosos y relámpagos que iluminan los recuerdos; en esta tarde donde los árboles se abaten contra el viento y la vida se arrincona entre sobresaltos, escucho como un sonoro tambor en el lado esencial de la nostalgia —en ese lado donde los recuerdos gimen y se esparcen como chispas de alborozo— el eco de tu voz, aquella voz, mi querido Condecito; aquella voz tan pausada, tan sin prisa, tan apretujada entre dolores y promesas; tan abultada de sapiencias y congojas, y me afirma que este día, como una ilusión que renace, podremos esparcirlo entre cánticos y sonrisas, para hacer posible que estallen las furias comprimidas en los cantos y las memorias.
Tu voz resuena con dejos de tristeza, con dejos de penas atravesadas y se enrosca a mis oídos entre suspiros. Tu voz me señala la espesura del ocaso gris y hace vibrar aquellas profecías que salieron de tus labios como llamaradas de ilusión cuando estallaste de furia frente a los farsantes. Sentenciaste que los caminos se quebrarían entre trampas y sortilegios, y los arroyos cristalinos dejarían de verter sus aguas en las apacibles pozas. Entonces, como un pequeño huracán vestido de negro que arremete contra los agravios, aparecieron pinceles de fuego en tus manos y dibujaste sobre la brisa de la tarde jinetes galopando hacia el sol; dibujaste ovejas, colibríes y palomas sorprendidos por lobos y serpientes. Dibujaste niños, cientos de niños, aupados por ángeles entre cánticos y alabanzas; coloreaste mujeres de vientres hinchados corriendo hacia túneles enriquecidos de miel. Llenaste de lirios las canas de los ancianos recostados a orillas de los caminos. Y como buscando alguna señal, algún desliz sobre las líneas, clavaste como puñales los pinceles de trueno en el hueco leve de un suspiro y estampaste de mariamoñitos el espectro volátil del céfiro.
¿A dónde habrán marchado tus pinceles de trueno, admirado Condecito? ¿Se habrán cobijado al abrasador resplandor del sol o tomado el viejo camino de Los Minas para remojarse en los remansos del Ozama? ¿Acaso estarán estampando sobre lienzos de amor promesas de redención?
Tus pinceles fueron dedos alados y sólo ellos conocieron el escozor de las lágrimas, que mezclabas con trementina y carbón, con borra de café y gotas de anhelos, para recorrer la luz y sus misterios. Tus pinceles, admirado Condecito, fueron Epifanía y amargura, fuego y escalofrío, meditación y desafío, y por eso es que te canto, Condecito: de pie junto a un pueblo al que dedicaste, más allá de las tribulaciones, los júbilos de tu arte.
Te canto porque sí, porque hay remedio aún para cantar con la voz que grita desde el ahogo de lo evocado y sobrevive a la injusticia, palpitando entre sueños y nostalgias los días de gloria que vendrán cuando los goces alcancen para todos. Te canto, José Ramírez —Conde—, porque en este hoy te recordamos como una señal resplandeciente en el horizonte donde brota la esperanza.

El Nacional

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