Opinión

Piti Houellemont

Piti Houellemont

Llegaba de Nueva York como llegamos todos los de Nueva York, con una República Dominicana idealizada.  Llegábamos a transformar al país por el cual nos habíamos estado formando en el exterior, y sacrificando pareja y opciones laborales que podían llevarnos a otros continentes, o asegurarnos una carrera exitosa en algún organismo internacional, llegábamos apenas con nuestro overall rojo, el Pajn y unos cuantos libros que la aduana no dejó de revisar y decomisar en aquellos tiempos infames.

Entonces Freddy Ginebra hacía de hermano mayor e iba a buscarnos al aeropuerto y a protegernos de falsos profetas, o de hombres cobardes, y la tarea era conseguir un trabajo que nos anclara de algún modo en el país de nuestros sueños, para en el ínterin ir descubriendo las aristas de un regreso que tenía más de ilusión que de posible realidad.

Es en ese período que conocí a Piti Houellemont.  Me lo presentó Naya Pereyra, una musa de los 70, quien trabajaba con el en el Departamento de Bienestar Estudiantil y de inmediato, su tierno y sencillo corazón me abrió las puertas y me contrató como correctora de los exámenes de inglés.  Es en Bienestar donde comencé a conocer lo que era la mentalidad de la juventud dominicana, a viajar al interior y poco a poco a redescubrir la nación que había dejado aún muy joven.

Después de su oficina, Piti me llevó a su casa, a conocer a su familia, a sus hijos y a una hija preciosa que era la luz de sus ojos.  Allí almorzábamos, porque el sabía que yo necesitaba una familia mientras podía construir la que me deparara el destino.

Nunca supe que había sido combatiente de la guerra de abril, nunca supe que en el garaje de su casa Fidelio Despradel y otros dirigentes del Movimiento Por el Socialismo imprimían  materiales políticos en aquellos tiempos de “gloriosa democracia” donde un folleto te podía costar la vida, y la vida era un clandestinaje y una persecución y una orden de muerte.

Tampoco hablaba de sus ancestros ni alardeaba de ser de origen francés, ni de que su padre era un civil servant de la  administración francesa en las islas y por lo tanto un miembro de la clase media de ese país.  Eso no cabía en su mentalidad de hombre que había hecho una opción por los pobres, por los oprimidos…

Años después, cuando la vida nos convirtió en primos, fue el primero en darme la bienvenida. Entonces conocí por Fidelio las anécdotas de un niño que fue su primo favorito, porque   conservaba una intacta inocencia, como cuando su padre lo envió a buscar un gato (para arreglar un carro) y él se pasó horas diciendo “misu, misu”, creyendo que se trataba del gato de su casa.

Así era Piti: callado responsable por su vida y su felicidad, sin hacer a otros u otras responsables de su destino, ni de su falta o consecución de logros, de su felicidad o su amargura.  Un buen dominicano.

El Nacional

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