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POESÍA DOMINICANA

POESÍA DOMINICANA

La carne del silencio en  Mikenia Vargas

Algo especial tiene Moca en sus energías telúricas que potencia la sensibilidad de mujeres en cuya gracia se acomoda un cosmos de experiencias poéticas, testimoniadas de singular modo. Alguna razón misteriosa ha operado para que en el mismo espacio hayan surgido tres de las esenciales poetas del país, y me refiero a Aída Cartagena Portalatín, Sally Rodríguez y Carmen Comprés; también para que ahora entren en escena, siguiendo esa rica tradición de un decir en el cual la Realidad Pura irradia y expande la conciencia, dos poetas de la estatura de Rocío Santos y Mikenia Vargas. Estas excepcionales creadoras son exponentes de la alta poesía, en la cual se torna sonora la voz de las cosas, las que siempre nos están hablando y no siempre escuchamos.

 
Abordar la poética de Mikenia Vargas es una experiencia espiritual, me ahonda hacia su imparable centro, y soy participe de sus vivencias, en las que me quedo aturdido de belleza, y danzo ataviado de aromas, prístino en mi Yo Soy, en su aposento de estar interior en el sosiego. En consciencia de su vínculo con las cosas testimonia sus experiencias, dando cumplimiento al ideario que postula el Movimiento Interiorista a cuya estética se abraza, por lo que, en Mikenia Vargas la poesía es verdad vivida, intuida y revelada.

 
“Silencio y carne” es más que la primera muestra individual de esta voz que irrumpe en el escenario de la poesía dominicana con la fuerza de lo cósmico, de la música en su rebaño de claridades, donde de amor se fatiga un ángel, y dice en redondez la mirada, la arqueología de un antiguo silencio, arcano que oculta todo aquello de lo cual está lleno el vacío que es cuenco de efluvios desbordados, de cuerpos iluminados de deseo, de sagrados besos furtivos bajo el alto techo de la noche. La metafísica es un sello en Mikenia, una ventana para la intuición auscultar lo velado a los sentidos ordinarios.

 
La sensibilidad y el asombro amoroso por las reveladas vivencias le permite a Mikenia Vargas hacer de su poesía una expresión de ternura, y con esto abre un espacio íntimo para el contacto con el costado de la realidad no perceptible para los sentidos físico, encimarse en experiencias sensoriales y metafísicas vinculadas a lo que las cosas entrañan, encerrando en sus ojos un huerto para estar descalza, donde el árbol es un ángel de terrible belleza hermafrodita y donde el agua eriza la luz en un tropel de esencias, muchedumbre de rumores que nunca acaban de llegar:

 
Palpo el agua
en el tiempo de la espera
traslación de una memoria liquida
en donde llevo sin habla tu recuerdo
Pensarte
es ir saciando la sombra blanca de sed
(Fusión, p.35 )

 
La poesía de Mikenia encierra en la brevedad de un orbe de certezas el acto de gratitud que su conciencia atesora. Se abraza al árbol y es suave la rugosa piel de la corteza… Entonces ella es una mujer, tacto de desnudo deseo, que sin nombre anida en suspiro un beso redondo de goce emplumado. Y se va sin carne a comenzar de nuevo. Danzando, se singulariza para crear de burbujas de nada nuevos universos sin límite en la mirada, dóciles de luz para abrevar la mirada y hacer de un solo instante la eternidad.

 
Ciertamente, hay en esta cultora interiorista fulgores de lo que está velado en lo sensorial, y la convoca un decir de amor sin carne, esa otra sed que ya sabemos de infinito, de azul anhelo por lo que de trascendencia en ella hace ecos, mística alborada del otro lado del polvo. La poeta habla de un amor que la despierta en la casa paterna, sin la apología impostora del nombre:

 
Mi ardor
tiene blancura de sed
Apenas me levanto del polvo
y ya tengo otro amor
que me llena completamente
(Voluntad, p.73 )

 
Se trata de experiencias no comunicables mediante el lenguaje común, pero los poetas crean un orbe simbólico con el que dan cuenta de esas vivencias, como es el caso de Mikenia Vargas, quien, prevalida de la gracia que la distingue, testimonia lo que le revela el misterio mediante códigos cifrados, símbolos sintácticamente entramados para una multivocidad de sentidos, un multiverso donde todo es a voluntad del amor que hacia el centro todo lo imanta.

 
No hay dudas que esta creadora interiorista, como debe ser, se nutre de experiencias, y que su poética participa en vivencias danzando de amor líquido, bebiéndose sus ojos surtida de plenitud, de lo que solo sin palabras puede decir.

 
En Mikenia Vargas la intuición dice lo que se oculta tras la apariencia, permitiéndole acceder a la verdad que lo sustenta todo y resplandece cuando se mira con amor.

 
Sin dudas, Mikenia Vargas es una recia voz que de ternura y vivencias nos abisma hacia la estación por la cual llega una poeta destinada a crearse un espacio de respeto en el concierto de la poesía dominicana y un sello en la nutrida galería de la poética interiorista. Y en cuanto a tal, ya se hace sentir el aroma de la unción que la consagrará como un modelo en el cultivo del ideario estético que postula el Movimiento Interiorista.

El Nacional

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