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POETA

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Ana Madé  o el invento de buscar la poesía

 
Escribir, en ocasiones, es detenerse ante un acontecimiento, hacer una parada ante lo que pasó, y básicamente enfrentarse a lo que pasa desde la memoria. El poeta le da categoría al acontecimiento, crea una fisonomía de él con sus palabras, nos hace entrar en ese universo de misterios y fluctuaciones que representa la vida de un ser humano.
Es lo que ha hecho la poeta Ana Made, radicada desde hace más de veinte años en la urbe neoyorquina, en las entrañas de un monstruo que devora o marchita. Madé en su primer texto titulado “Inventé buscar blancas flores”, se acerca a los acontecimientos ocurridos en su entorno familiar, entonces reflexiona, canta, se eleva y se apaga al mismo tiempo.
Leer este primer libro de Madé es darse cuenta que estamos ante una autora que está atravesada y que respira por lo que siente, resultado de una experiencia familiar cercana. Pero experiencia que lo testimonial trasciende, a lo directo con no poca precaución y espontaneidad se le escapa. (A veces por la mínima). Está escrito este libro en un lenguaje que se desentiende de la chatura, y que se da el lujo de pronto de chocar con momentos poéticos luminosos.
Desde el primer poema la autora nos da un guiño de por donde se encauza su texto. La sencillez lo domina, pero desde una hermosa simplicidad que se debe tener destreza para lograrla. Este poema está insuflado de sabiduría, se sitúa en la cresta de la reflexión para regalarnos un chispazo.
“Aunque soy una simple madre/sigo el consejo de la pequeña niña/cuyas palabras me enseñaron/el porqué de la lentitud de la tortuga. /Con voz suave me dijo: /Mami, la tortuga camina lento/para poder valor más la vida”.
A través de todo el libro, la autora se enfrenta y mira sin cautela dos momentos estelares de la existencia de todo ser humano: el nacimiento y la partida de un familiar. Son dos temas a los que ella saca filo, con los que de un tú a tú ha logrado salir airosa. En este sentido, sorprende que la autora, sin experiencia poética previa, se distancie tan bien de lo retórico, pero al mismo tiempo jamás caiga en la cursilería.
No es una apología al dolor. Aunque está cercano, y va creando una capa de sedimentaciones útiles para darnos cuenta qué la ha conmocionado en la vida. No es nada más un canto a la tristeza. Aunque no le faltan ribetes para ello.
Para ser auténtico (o parecer lo más posible) hay que decir lo de uno. Madé se ha decantado hacia su interior. Ha puesto la pluma y la poesía al servicio de lo que padece, de lo que siente, de lo que la ha chocado. También lo que le ha brindado momentos inestimables e infinitos de ternura.
Si no hay mayor autenticidad que no cantar desde la impostura, desde ese engolamiento de voz que produce sólo un eco vano, sin fuerzas, aunque a veces, estridente. Madé ha apostado por versos cortos, por poemas que no se extienden mucho, y no sé sin proponérselo ha logrado una estupenda síntesis que también arrastran los temas que ella canta. La muerte es un instante, el nacimiento también, y el dolor porque cuando se extiende mucho cae en el campo de la tortura.
Inventé buscar blancas flores es el primer pleito que ha tenido Madé con la poesía. Se ha movido con destreza en el ring poético, ha dado buenos jabs, sus movimientos han sido elegantes. Por unanimidad creo que ha ganado este primer asalto. En definitiva no basta la palabrería, y en mi caso, lo fundamental es que si es poesía, toque, y si es novela o cuento, atrape. Es decir que altere mi ánimo.
Faltan muchos rounds. Ojalá se desarrolle en ella la conciencia del gran peleador, que aprende de una lidia a otra, que estudia con cautela al contrincante, porque la poesía es asunto de mucho estudiar, de mucho reflexionar. Termino con unos hermosos versos de su libro: Me llegó el momento/de verter mis lágrimas/en un inmenso río, /de tener el corazón vacío/ante la partida./De mirar en el infinito/en búsqueda de ti.

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