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Política Reconocimiento histórico

Política Reconocimiento histórico

A la sombra de un sensible “árbol de piña” que no se resiente de nada, desde la roja fragancia de la flor “bonete de cardenal”, a la luz de un idílico patio, pulcro y sobrio, que huele a naranjal y por el que corre la fresca y libre mañana, una mujer risueña y de expresión dulce, desteje el pasado.

La suave neblina del amanecer de año nuevo se va distendiendo hasta desaparecer en un horizonte claro y acaso desolado.

En el trasfondo plural y gris de los acontecimientos parece que suspira un ruiseñor.

Miledy de la Cruz es la atenta hija del mártir de la tiranía trujillista Rufino de la Cruz, eliminado junto a las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal Reyes, y cuyo valor personal no es menor que el de ningún otro que lo tuviera como profunda y reluciente perla de la hora decisiva de una nación más que atribulada.

Ese absoluto, la muerte, ejerce la misma unanimidad en toda ocasión que le corresponde presentarse, no importa el momento crucial ni el lugar más apartado.

El valor personal es asimismo parecido en las mismas y particulares circunstancias del héroe que el tiempo sabe improvisar y lustrar como se debe.

El no escoge necesariamente la elevada condición heroica de nadie, ella le es ofrecida por un momento de rotundidez y de inusitada provocación.

En ese trance, tú y tu conciencia saben -o deben saber-, lo que les corresponde.

Como es atribuible a una bella y modesta casa de campo tradicional dominicana, empotrada en Conuco, Salcedo, de esas que apenas van quedando en pie en todo el territorio, la vivienda de color blanco hueso, recién pintada, viniendo de la condición casi desvencijada, resulta fresca, limpia y en su interior se mueve un espíritu de paz y recogimiento.

Embebido de la sobriedad que mana de un hogar tan herido, el empresario José- Dorín- Cabrera, sensibilizado por cierta desmemoria que no ha de serle por obligación atribuible sino a error y a la tendencia nacional a especializar estrechar la presencia de los héroes y mártires, se decidió a remodelar, cuando todavía es tiempo de hacerlo, la casa del valeroso conductor.

El hecho no pasó, no podía pasar inadvertido a Miledy y su familia y ella se muestra satisfecha del hecho justiciero.

Desde una de las ventanas se mecen, lustrosas e indiferentes las hojas de la flor llamada “tú y yo” que suelen estar  entre las modestas satisfacciones, más la cercanía de sus hijos, en la casa de al lado, la vida rural de Miledy de la Cruz.

Un joven y curioso chihuahua examina y huele atentamente, como entiende es de rigor, las piernas de los visitantes, un claro y visible objetivo de los perros a la hora de necesitar atacar y morder.

Pero la misión que él se ha impuesto, como buen observador de los gestos de su ama, es la de cuidar, vigilar, registrar memorísticamente todo, y ser amigo de los amigos.

La cola  en movimiento es la sonrisa del perro.

Este templo de paz, como todo el país, se agitaba desde expectante a aterrado, tras la invasión del 14 de junio de 1959, gestado por el movimiento revolucionario del mismo nombre al que pertenecía secretamente Rufino, como era lo propio en el fondo de grave oscuridad tiránica de 1960 cuando sobrevino el crimen insólito de las Mirabal y del héroe inexplicablemente relegado.

Los héroes del 14 de Junio se proponían erradicar la irrespirable tiranía de tres décadas por la fuerza de las armas, por vía de la conspiración o como fuera, sin excluir la inmolación.

(El trabajo de chofer lo ejercía Rufino, un hombre de decencia ejemplar, dulcísimo con su hija a la que llamaba “mi prenda,” respecto a todo Salcedo.

No era un conductor exclusivo de una familia u otra, como es de justicia que lo consigne una historia correctamente contada, sea este detalle relevante o no).

Ya es una historia no menos contada que mientras otros, llenos de miedo, se negaron a llevar a las Mirabal a Puerto Plata donde yacían los esposos de éstas, prisioneros del momento de terror que se decidía cada día, cada hora, cada segundo de la vida nacional, Rufino de la Cruz, más decidido que dubitativo y más presto que negado, se ofreció a la misión sin retorno en el jeep que era propiedad de René Bournigal.

La modesta casa fue levantada en 1919 y la madera que no ha sido muy bien tratada no soporta tan cercanos y tan numerarios aguaceros desde 62 años a la fecha, de modo que haberla reconstruido y repintado es un acierto más que oportuno, justiciero. Rufino nació un 10 de noviembre de 1923 y murió, asesinado, a la edad de 37 años, tras haberlos cumplido hacía 15 días.

-Esta es la casa del peregrino, precisa doña Miledy, sin dejar de sonreír, mostrándose tan atenta como lo puede ser una mujer de su temperamento, después de todo, alegre.

Ella tenía diez años de edad cuando el vértigo cruel de la inesperada ausencia de su padre y las tres muchachas anunciaba el comienzo del cambio de los acontecimientos nacionales.

De Rufino (cuando llevamos esa edad creemos que los padres son dioses  y que son eternos (recuerda más que nada su sonrisa).

-Era, agrega, amable, respetuoso…

La invade una cierta melancolía que no llega a lágrima…

-En algún momento de aquellos segundos tan intensos me dí cuenta de que ya no lo volvería a ver.

La falta del amor de un padre entra dentro de los acontecimientos indescriptibles que sólo podría contar, si pudiera, el sentimiento sublime y terrible del alma humana.

UN APUNTE

De la hija de Rufino

“Él tuvo el valor que faltó a otros, esa es su cuota de grandeza…El tiene el derecho, plenamente ganado, de ocupar una condición más digna. Fue valiente, jamás tuvo miedo y lo prueba su decisión definitiva.

-Sufrí terriblemente su pérdida, quedé literalmente, a esa breve edad, destrozada.

Es hora de abandonar la vivienda de color hueso en cuyos alrededores se escancia un intenso olor a cerezas y a flores renacidas”.

El Nacional

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