Opinión

Presencia economica

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La economía militar devora recursos financieros necesarios para la producción de bienes y servicios destinados al consumo humano, por lo que nunca será suficiente alertar sobre el perjuicio que causa a la humanidad el gasto militar desenfrenado.

 De conformidad con datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), con sede en Suecia, el gasto militar mundial alcanzó en el  2012 la astronómica suma de 1,7 billones de dólares.

Como huellas imborrables han quedado en nuestra mente  las enseñanzas de Paul  Samuelson (1915-2009),  economista norteamericano  merecedor del Premio Nobel de economía (1970), en torno al dilema que podría enfrentar una sociedad al tener que decidir entre  la producción de cañones (economía militar)  o de mantequilla (economía civil).

Los años 70 acentuaron los conflictos bélicos en diversas regiones del globo terráqueo, al tiempo que la Guerra Fría estimulaba el incremento en los gastos de defensa tanto en Estados Unidos y Europa Occidental como en la extinta Unión Soviética y los  demás países de Europa oriental.

Para ese entonces el llamado Complejo Militar-Industrial, así bautizado por el mandatario estadounidense Dwight D. Eisenhower al momento de pronunciar su último discurso oficial (1961) para dar paso a la naciente administración Kennedy, estaba aflorando con toda su voracidad financiera.

Se conformó una vasta red de empresas fabricantes de armas y de aprovisionamiento bélico que estaba acumulando grandes beneficios, en estrecha conexión con funcionarios del Departamento de Defensa, miembros del Congreso, universidades e institutos de investigación.

 Durante el período 1970-1985 Washington mantenía alrededor de 1,2 millones de soldados estacionados en unos 30 países, contando con unas 2 mil 200 bases militares, de las cuales unas 340 (clasificadas como grandes) estaban situadas en Alemania Federal, Corea del Sur y Japón.

 Veinticinco años después, y como resultado directo del fin de la Guerra Fría (1947-1989) que conllevó la desaparición de la Unión Soviética, se produjo una recomposición de las fuerzas político-militares a nivel internacional.

 Los gastos militares de EE.UU. alcanzaron en el 2012 una cifra superior a los 711 mil millones de dólares, colocándose  muy por encima de la cantidad de dinero que gastó China, la cual ascendió a unos 143 mil millones.

Para este año 2013 Washington está ejecutando un presupuesto militar que supera los 633 mil millones de dólares. Eso es mucho dinero en tiempo de crisis económica.

De las 10 mayores empresas transnacionales fabricantes de armas de todo tipo siete son de factura norteamericana, en tanto que las  3  restantes son europeas, ubicadas en países  integrantes de la Organización del Atlántico  Norte (OTAN).

Las bases militares estadounidenses diseminadas por el mundo superan el número de 800,  las cuales se encuentran ubicadas en unos 40 países.

Los gastos militares ejecutados por EE.UU, la OTAN y otros espacios geopolíticos constituyen, sin lugar a dudas, un mal ejemplo para los gobiernos de los países  subdesarrollados.

Porque las armas no se comen, sino que destruyen  riquezas y vidas humanas. Y es que la economía militar no debería situarse por encima de la economía civil.

El Nacional

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