Hace algunos años, un amigo español —y caricaturista para más señas— me presentó un dibujo donde aparecía un personaje muy parecido al mulato caribeño (piel clara, rasgos faciales ásperos y pelo hirsuto) con un enorme serrucho en las manos. Cuando le pregunté al amigo qué representaba aquel dibujo, me respondió con una amplia sonrisa de crítico kantiano:
—Efraím, los dominicanos que conozco, con muy poca excepción, viven criticándose entre sí y se las ingenian para cerrar las oportunidades de éxito de otros coterráneos.
Aquel dibujo —y la teoría de la “serruchadera” del amigo caricaturista— me han acompañado desde aquel momento y he comprobado con el paso del tiempo que esa afirmación no es cierta en varios de nuestros procesos sociales y sí en otros, sobre todo en aquellos donde las posiciones conflictivas se asientan mayoritariamente en estructuras intelectuales.
Nietzsche, en su ensayo “Sobre verdad y mentira en sentido extra moral” (Obras completas, Vol. I, Editorial Prestigio; Buenos Aires, 1970), enuncia que “la verdad es la base que se adultera al operar la zancadilla”. Y este enunciado de Nietzsche lo asocié, no sólo a la verdad sobre el Ser dominicano como cercenador consuetudinario de oportunidades y éxitos de otros, sino al fenómeno que atosiga y enclaustra nuestra literatura al ámbito insular, ahogando brillos intelectuales y aupando individuos mediocres cuyos talentos nunca trascenderán la frontera del tiempo.
Sin embargo, la prisión insular de nuestra literatura no se debe exclusivamente a la “serruchadera”, sino a un conjunto de factores que, como la educación literaria primaria, estancada en una docencia primitiva, mueve los mismos nombres de autores sin tamizarlos a través de críticas responsables. Y es debido al estancamiento en la educación literaria primaria que los estudiantes que no desertan de la escolaridad nunca llegan a conocer los nuevos valores literarios, exceptuando aquellos que las editoriales manejan como productos de fácil venta.
A todo esto es preciso señalar la falta de bibliotecas escolares, las cuales son obviadas por el brillo naciente de los laboratorios informáticos, completando el crimen la creciente moda de los e-Book que evaden el tacto de los dedos sobre el papel y violentan esa estructura cultural multidimensional que McLuhan conceptualizó en “The Gütenberg Galaxy” (1962).
Ahora que las autoridades del Ministerio de Cultura han comenzado a publicar libros, se precisa de una profunda estrategia mercadotécnica para que los textos impresos lleguen a donde tienen que llegar (universidades, escuelas, bibliotecas y fundaciones nacionales y extranjeras), aprovechando la empleomanía supernumeraria de nuestros ministerios, embajadas y consulados.
Sí, el primitivismo intelectual ha sido una de las retrancas que impiden nuestro brillo literario en el exterior y obstaculiza que escritores como Marcio Veloz Maggiolo, Ángela Hernández, Doy Gautier, Emilia Pereyra o Roberto Marcallé Abreu, entre otros, lleguen a conocerse internacionalmente. La razón no hay que buscarla muy lejos: está ahí en ese primitivismo que nos estanca y donde muchos buscan obstruir los brillos del otro, dándole vida a la “estrategia del serrucho”, que nos acecha a cada paso.