El secretario de Educación, licenciado Melanio Paredes, aclaró que esa cartera, antes que a sobreprecio, adquiere a una tarifa muy especial la leche que distribuye en el desayuno escolar. La respuesta es satisfactoria y oportuna para bajar la aprensión que se había creado con la denuncia de que el producto que en los comercios se vende a 25 pesos era pagado por el Gobierno a 42.

La controversia sobre la calidad de la leche se presta, sin embargo, para la revisión del contenido y el etiquetado de una amplia gama de productos, algunos de los cuales están hasta en otros idiomas, que se distribuyen en supermercados y demás centros comerciales. Y todo para defender la salud y el bolsillo de los impotentes consumidores.

Entre esos artículos figura precisamente la leche, pues conforme a las denuncias se engaña a los consumidores con un suero, para colmo de pésima calidad, como si fuera el producto de la vaca.

Las denuncias pueden atribuirse a conflictos de intereses, pero tras la controversia entre productores y suplidores el usuario necesita asegurarse de que es leche y no agua lo que consume al adquirir el producto, sea de factura nacional o extranjera. Más cuando se sabe que otros artículos no han pasado la prueba de los controles de calidad.

Hay productos que se venden hasta sin etiquetas. Aunque el común de los usuarios no sea dado a chequear los componentes, la información es un requisito que en modo alguno se puede obviar. El etiquetado en todos los productos es fundamental tanto para determinar el componente como para proteger al usuario.

Al aclarar sobre los precios y el contenido de la leche para el desayuno escolar el secretario de Educación no evade, sino que asume con firmeza su responsabilidad. Quien no esté de acuerdo con su respuesta sólo tiene que someterla a prueba.

Si todo está bien, mejor. Pero el escarceo ha planteado la necesidad de que se haga, y no que se anuncie, una real evaluación sobre el contenido de los envases de muchos artículos.